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James Joyce

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bisutería (¡ay, ya algo del pasado!) y una pilada de complacientes sonrisas para esta<br />

o aquella ama de casa medio conquistada calculando con los dedos o para una<br />

doncella en flor, tímidamente agradeciendo (¿y el corazón? ¡dime!) sus estudiados<br />

cumplidos. El perfume, la sonrisa, pero, más que todo eso, los ojos oscuros y los<br />

modales untosos, volvían a casa a la caída de la tarde con sus buenas comisiones<br />

junto al cabeza de la empresa, sentado con la pipa de Jacob después de idénticas<br />

tareas en el rincón de la chimenea destinado al padre (la comida de fideos, con toda<br />

certeza, se está recalentando) leyendo a través de lentes de concha algún pe riódico<br />

de Europa de hace un mes. Pero ah, y listo, el espejo se enturbia y el joven caballero<br />

errante se evapora, se consume, queda convertido en un punto diminuto en la niebla.<br />

Ahora él es el padre y los que están a su alrededor podrían ser sus hijos. ¿Quién<br />

podría decirlo? El padre sabio que sabe quién es su propio hijo. Él piensa en una<br />

noche de llovizna en Hatch Street, muy cerca de los almacenes, allí, la primera.<br />

Juntos (ella es una pobre niña abandonada, hija de la vergüenza, tuya y mía y de<br />

todos por sólo un chelín y su penique de la suerte), yuntos oyen los pasos cansinos<br />

de la guardia mientras dos sombras engabardinadas cruzan por la nueva universidad<br />

real. ¡Bndie! ¡Bridie Kelly! Nunca olvidará el nombre, siempre recordará la noche:<br />

la primera noche, noche de bodas. Están entrelazados en la más profunda oscuridad,<br />

el deseoso con la deseada, y en un instante Wat.) la luz inundará el mundo. ¿Daba<br />

vuelcos el corazón por el otro corazón? No, amable lector. En un solo suspiro se<br />

hubo consumado pero - ¡Espera! ¡Atrás! ¡No puede ser! Espantada la pobre<br />

muchacha se escapa a través de las sombras. Es la novia de las tinieblas, hija de la<br />

noche. Incapaz de arrostrar la carga del niño soláureo del día. No, Leopoldo. El<br />

nombre y el recuerdo no son consuelo para ti. Aquella ilusión juvenil de tu fuerza te<br />

fue arrebatada, y por nada. No habrá hijo de tus lomos a tu lado. Nadie hay ahora<br />

que sea para Leopoldo, lo que Leopoldo fue para Rudolph.<br />

Las voces se mezclan y funden en silencio empañado: silencio que es lo infinito<br />

del espacio: y rauda, calladamente el alma flota sobre órbitas de generaciones que<br />

han vivido. Una región donde siempre desciende la luz gris crepuscular, nunca cae<br />

sobre pastizales de verdesalvia, derramando su penumbra, esparciendo un rocío<br />

perenne de estrellas. Ella sigue a su madre con torpes pasos, una yegua que dirige a

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