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James Joyce

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En medio de incontinente hilaridad general de la asamblea una campanilla repicó<br />

y, mientras todos se hacían conjeturas sobre cuál podría ser la causa, Miss Callan<br />

entró y, habiendo dicho unas pocas palabras en voz baja al joven Mr. Dixon, se<br />

retiró con una profunda inclinación a la compaña. La sola presencia aunque fuera<br />

por un instante en una partida de libertinos de una mujer equipada de un natural<br />

modesto y tan seria como bella frenó las joviales agudezas incluso en los más<br />

inmoderados pero su marcha fue la señal para una ola de obscenidades. El cielo me<br />

confunda, dijo Costello, un bribonzuelo que estaba ajumado. ¡Buen pedazo de jaca!<br />

Juraría que se ha citado contigo. ¿Qué me dices, perro ventero? Vamos, que no te<br />

las sabes arreglar con ellas. Diantres, se las sabe todas, dijo Mr. Lynch. Maneras de<br />

cama son las que se usan en la hospedería Mater. Demontres ¿acaso no les hace la<br />

mamola el Doctor O'Gargle a las monjas? Que me condene si no me lo reveló mi<br />

Kitty que ha sido limpiadora en el hospital a lo largo de estos siete meses. Que Dios<br />

me ampare, doctor, pronumpió el joven petimetre del chaleco lila, simulando una<br />

sonrisa boba afeminada y con retorsiones indecorosas de cuerpo. ¡Cómo os mofáis<br />

del personal! ¡Joroba de hombre! ¡Jesús, María y José! Estoy tiembla que tiembla.<br />

¡Caray, sois tan malo como el padrecito Dondetetocó, que sí que lo sois! Que me<br />

atore este cuartillo de a ochavo, gritó Costello, si no está en camino de tener familia.<br />

Conozco a la señora que lleva barriga en cuanto le pongo la vista encima. El joven<br />

galeno, sin embargo, se levantó y rogó a la compaña que excusara su apartamiento<br />

ya que la enfermera acababa de informarle que era reclamado en la sala. La<br />

providencia misericordiosa había propiciado que terminaran los sufrimientos de la<br />

señora que estaba enceinte que había soportado con loable fortaleza y había dado a<br />

luz un hermoso niño. Me causan inquietud, dijo, aquellos que sin conocimientos<br />

para estimular ni saber para instruir, envilecen una ennoblecedora profesión que,<br />

salvando los respetos debidos a la Deidad, es la mayor fuerza de felicidad sobre la<br />

tierra. Soy categórico cuando aseguro que si necesario fuera podría aportar una tan<br />

grande nube de testigos que hablaría de las excelencias de un tan noble ejercicio<br />

que, lejos de ser objeto de maledicencias, debería ser un estímulo glorioso en el<br />

corazón de los hombres. No puedo sufrirlos. ¿Pues qué? ¿Difaman a una como ella,<br />

la gentil doncella Callan, que es la gloria de su sexo y portento del nuestro? ¿Y en la

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