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James Joyce

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sus inmencionables estaban llenos de arena pero Cissy era especialista en el arte de<br />

allanar las pequeñas contrariedades de la vida y en un instante no quedaba ni un gra-<br />

no de arena en el elegante trajecillo. Como los ojos azules aún brillaban con<br />

lágrimas ardientes que querían brotar ella le llenó de besos para disipar el daño y<br />

amenazó con la mano al señorito Jacky el culpable y le dijo que si le pillaba iba a<br />

saber lo que era bueno, los ojos bailándole en advertencia.<br />

-¡Qué Jacky más malo y travieso! gritó.<br />

Rodeó al mannento con el brazo y lo tranquilizó con zalamerías:<br />

-¿Cómo se llama mi niño? ¿Pastelillo de gloria?<br />

-A ver, dime quién es tu novia, habló Edy Boardman. ¿Es Cissy tu novia?<br />

-No, dijo Tommy sollozante.<br />

-¿Es Edy Boardman tu novia? indagó Cissy.<br />

-Que no, dijo Tommy.<br />

Ya sé, dijo Edy Boardman con no excesiva amabilidad con la mirada engurruñada<br />

de sus ojos miopes. Ya sé quién es la novia de Tommy. Gerty es la novia de<br />

Tommy.<br />

-Que no, dijo Tommy a punto de saltársele las lágrimas. El agudo sentido común<br />

de Cissy sospechó lo que iba mal y en voz baja le dijo a Edy Boardman que lo<br />

cogiera y se lo llevará detrás del carrito donde no le viera el señor y tuviera cuidado<br />

no se mojara los zapatos nuevos color canela.<br />

Pero ¿quién era Gerty?<br />

Gerty MacDoweIl que estaba sentada al lado de sus compañeras, ensimismada, su<br />

mirada perdida en la distancia era, en verdad, el más excelente modelo de la<br />

atractiva juventud irlandesa que uno pueda imaginar. Todos cuantos la conocían<br />

admitían manifiestamente su belleza aunque, como la gente decía a menudo, salía<br />

más a los Giltraps que a los MacDowells. Era delgada y garbosa, más bien frágil<br />

aunque esas tabletas gelatinosas de hierro que había estado tomando últimamente<br />

habían obrado maravillas mucho mejor que las píldoras para mujeres de la Viuda<br />

Welch y se encontraba mejor de esos flujos que solía tener y de la sensación de<br />

cansancio. La palidez cérea de su rostro era casi espiritual en su pureza de marfil<br />

aunque su boca de pimpollo era un auténtico arco de Cupido, de perfección griega.

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