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James Joyce

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139<br />

-¿La tierra de quién? dijo Mr. Bloom sencillamente.<br />

-Una pregunta de lo más pertinente, dijo el profesor entre masticaciones. Con<br />

énfasis en de quién.<br />

-De Dan Dawson, dijo Mr. Dedalus.<br />

-¿Es su discurso de anoche? preguntó Mr. Bloom.<br />

Ned Lambert asintió.<br />

-Pero escuchen esto, dijo.<br />

El pomo de la puerta le pegó a Mr. Bloom en los riñones al abrirse hacia dentro de<br />

un empujón.<br />

-Discúlpeme, dijo J. J. O'Molloy, entrando.<br />

Mr. Bloom se echó resueltamente a un lado.<br />

-Disculpe usted, dijo.<br />

-Buenos días, Jack.<br />

-Pase. Pase.<br />

-Buenos días.<br />

-¿Cómo está, Dedalus?<br />

-Bien. ¿Y usted?<br />

J. J. O'Molloy sacudió la cabeza.<br />

TRISTE<br />

El tipo más agudo entre los jóvenes abogados solía ser. Decadencia pobre hombre.<br />

Esos arreboles febriles indican el fin de un hombre. Está que se va. Qué está<br />

pasando, me pregunto. Preocupaciones económicas.<br />

-O también si al menos trepásemos hasta los picachos de las apiñadas montañas.<br />

-Tiene un aspecto estupendo.<br />

-¿Se puede ver al director? preguntó J. J. O'Molloy, mirando hacia la puerta<br />

interior.<br />

-Claro que sí, dijo el profesor MacHugh. Se le puede ver y oír. Está en su<br />

sanctasanctórum con Lenehan.

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