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James Joyce

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788<br />

tenía por qué quitarle mérito a lo otro ni un ápice pues, no dependiendo de nadie,<br />

tendría un montón de tiempo para practicar la literatura en los ratos libres cuando le<br />

viniera en gana sin que ello chocara con su carrera vocal o supusiera nada<br />

despectivo en absoluto ya que era cuestión que a él sólo le concemía. De hecho, no<br />

tenía más que coger la oportunidad con las manos por lo cual ésa era la verdadera<br />

razón por la que el otro, en posesión de un olfato extremadamente aguzado para<br />

olerse dónde había gato encerrado del tipo que fuera, no lo dejaba ni a sol ni a<br />

sombra.<br />

El caballo estaba en ese preciso instante. Y más tarde en el momento oportuno se<br />

proponía (Bloom se entiende), sin de ningún modo curiosear en sus asuntos<br />

privados amparado en el principio de los necios irrumpen donde los ángeles,<br />

aconsejarle que cortara la relación con un cierto médico en ciernes que, había<br />

notado, era dado a denigrarle e incluso en cierta medida con algún pretexto<br />

divertido cuando no estaba presente, a despreciarle, o lo que se quiera llamar que en<br />

la modesta opinión de Bloom mostraba el talante feo del talante de una persona, sin<br />

intención de hacer juegos de palabras.<br />

Estando el caballo ya en sus últimas, como quien dice, se paró y, levantando en alto<br />

una altanera cola emplumada, puso su granito de arena dejando caer al suelo lo que<br />

el barrendero pronto barrería y limpiaría, tres humeantes esferas de boñigas.<br />

Lentamente tres veces, una detrás de la otra, desde una grupa desbordante emboñigó<br />

el empedrado. Y humanitariamente su conductor esperó a que él (o ella) terminara,<br />

paciente en su coche guadañado.<br />

Uno al lado del otro, Bloom, valiéndose del contretemps, junto a Stephen, pasaron<br />

por el resquicio en las cadenas, divididas por el poste, y, saltando por encima de una<br />

sarta de boñigas, cruzaron hacia Gardiner Street Lower, al tiempo que Stephen<br />

cantaba más atrevidamente, aunque no fuerte, el final de la balada.<br />

Und alíe Schiffe brücken.<br />

El conductor no abrió la boca, ni para bien ni para mal, únicamente miró a las dos<br />

figuras, sentado en su tartana, las dos de negro, una gruesa, la otra delgada, que

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