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James Joyce

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derrelicto, sentado por costumbre cerca del no particularmente fragante mar en el<br />

muro, mirando distraídamente a éste y éste a él, soñando con bosques umbrosos y<br />

pastos nuevos como alguien en algún lugar canta. Y aquello le dejó preguntándose<br />

por qué. Posiblemente hubiera intentado descubrir el secreto por sí mismo, zama-<br />

rreado de un lado a otro hasta las antípodas y todo eso y por encima y por debajo,<br />

bueno, no exactamente por debajo, tentando a los hados. Y las probabilidades eran<br />

veinte a nada de que no había realmente secreto alguno en todo ello. No obstante,<br />

sin entrar en la minutiae del asunto, el hecho elocuente era que el mar estaba allí en<br />

toda su gloria y en el curso natural de las cosas uno u otro tendría que navegar en él<br />

y hacer frente a la providencia aunque sólo fuera para mostrar cómo la gente<br />

siempre se las ingenia para lastrar esa clase de carga en el prójimo como la idea del<br />

infierno y la lotería y los seguros que se organizaban siguiendo idénticamente los<br />

mismos pasos con lo que por la misma razón si no por otra el domingo de las<br />

lanchas de salvamento era una muy laudable institución a la que el público en<br />

general, dondequiera que viviese tierra adentro o junto al mar, según el caso fuera,<br />

habiéndosele hecho parar mientes así en ello debiera extender su gratitud amén de a<br />

los capitanes de puerto y al servicio de guardacostas que tenían que dotar la jarcia y<br />

soltar amarras por entre los elementos cualquiera que fuera la estación del año<br />

cuando el deber llama Irlanda espera que todo hombre y demás y a veces lo<br />

pasaban fatal en invierno sin olvidar los barcos-faros irlandeses, el Kish y otros, que<br />

podían volcar en cualquier momento, bordeando el cual una vez él con su hija había<br />

conocido de primera mano lo que es la mar excepcionalmente picada, por no decir<br />

tormentosa.<br />

-Hubo un tipo que navegó conmigo en el Corsario, siguió el viejo lobo de mar, él<br />

también un corsario, que desembarcó y buscó un trabajo fácil de ayuda de cámara a<br />

seis libras al mes. Éstos son sus pantalones los que llevo puestos y me dio un<br />

chubasquero y esta navaja. Para algo así me apunto yo, afeitar y cepillar. No me<br />

gusta dar tumbos por ahí. Ahí tienen a mi hijo ahora, Danny, que se ha escapado<br />

para hacerse a la mar y su madre consiguió que le cogieran en una rienda de tejidos<br />

de Cork donde podría estar ganando un buen dinero.

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