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James Joyce

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llamada? ¿Quién lo supone? Yo, Bous Stephanoumenos, el bardo valedor de<br />

bueyes, señor y donador de su vida. Ciñó sus cabellos enmarañados con una<br />

guirnalda de hojas de parra, sonriendo a Vincent. Esa respuesta y esas hojas, le dijo<br />

Vincent, te adornarán más apropiadamente cuando algo más, y grandemente más,<br />

que un manojo de odas ligeras puedan llamar a tu genio padre. Todos lo que te<br />

quieren esperan eso de ti. Todos desean ver que creas la obra que meditas, llamarte<br />

Stephaneforos. De todo corazón espero que no les falles. Oh no, Vincent, dijo<br />

Lenehan, poniendo una mano en el hombro que estaba a su lado. No te preocupes.<br />

No podría dejar a su madre huérfana. La cara del joven se ensombreció. Todos<br />

podían ver cuán dificil resultaba para él que le recordaran su promesa y su reciente<br />

pérdida. Se habría retirado de la fiesta a no ser porque la algarabía de voces<br />

aliviaban el resquemor. Madden había perdido cinco dracmas en Cetro por un<br />

capricho del nombre del jinete: Lenehan otro tanto. Les habló de la carrera. La<br />

bandera se bajó y ¡hala! allá que se van, salen disparados, la yegua sale cornendo<br />

briosamente con O. Madden encima. Iba en cabeza. Todos los corazones en vilo.<br />

Incluso Filis no podía reprimirse. Agitó su pañuelo y gritó: ¡Hurra! ¡Cetro gana!<br />

Pero en la última recta de la carrera cuando todos iban en orden de salida el caballo<br />

del montón Tirado se puso a la misma altura, la adelantó, la dejó atrás. Ya todo está<br />

perdido. Filis se quedó silenciosa: sus ojos como tristes anémonas. Juno, exclamó,<br />

estoy perdida. Pero su amante la consoló y le trajo un brillante cofrecito de oro en el<br />

que yacían unas golosinas ovaladas que ella compartió. Una lágrima cayó: sólo una.<br />

Buena mano tiene con la fusta, dijo Lenehan, ese W. Lane. Cuatro ganadores ayer y<br />

tres hoy. ¿Qué jinete hay como él? Súbelo a un camello o a un furioso búfalo la<br />

victoria en cómodo galope es suya. Pero conformémonos según la vieja costumbre.<br />

¡Suerte al desafortunado! ¡Pobre Cetro! dijo con un leve suspiro. Ya no es la yegua<br />

que solía. Nunca, por éstas, veremos otra igual. Rediez, caballero, una reina entre<br />

todas las demás. ¿Te acuerdas de ella, Vincent? Ojalá hubieras visto hoy a mi reina,<br />

dijo Vincent. Qué joven y radiante estaba (Lálage casi no era hermosa a su lado)<br />

con sus zapatos amarillos y su vestido de muselina, no sé exactamente cómo se le<br />

llama. Los castaños que nos protegían estaban en flor: el aire estaba henchido de su<br />

olor persuasivo y del polen que flotaba a nuestro alrededor. En los claros soleados

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