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James Joyce

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articulaciones, presa de los más viles bonzos, que ocultan sus hachones debajo del<br />

almud de un desapacible claustro o que pierden su florar virginal en los brazos de<br />

un botarate cualquiera cuando podrían multiplicar los remansos de felicidad,<br />

sacrificando la joya inestimable de su sexo cuando estaban a mano cientos de lindos<br />

mocitos para acariciar, esto, les aseguró, es lo que hacía gemir a su corazón. Para<br />

esquivar este inconveniente (que decidió se debía a una supresión de calor latente),<br />

habiendo consultado a ciertos consejeros de valía y estudiado detenidamente el<br />

asunto, se había decidido a adquirir en propiedad absoluta y a todos los efectos el<br />

feudo de la isla de Lambay de su poseedor, lord Talbot de Malahide, un caballero<br />

Tory de renombre muy apreciado por nuestro partido ascendiente. Se proponía ins-<br />

talar allí una granja nacional de fertilización que habría de llamarse Omphalos con<br />

un obelisco tallado y erigido al modo egipcio y ofrecer sus eficaces servicios para la<br />

fecundación de cualquier mujer de no importa qué casta o condición que allí y a él<br />

se dirigiera con el deseo de satisfacer sus funciones naturales. El dinero no era<br />

obstáculo, dijo, ni cobraría un céntimo por su trabajo. La más humilde fregona no<br />

menos que la rica señora elegante, siempre que su complexión y temperamento<br />

fuesen ardientes persuasores de sus peticiones, encontrarían en él a su hombre.<br />

Como alimento nutritivo indicó que allí se alimentaría exclusivamente con una dieta<br />

de sabrosos tubérculos y pescados y conejos, la carne de estos últimos prolíficos<br />

roedores siendo altamente recomendada para su propósito, tanto asada como<br />

guisada con una pizca de corteza de macis y una o dos ñoras picantes. Tras de esta<br />

homilía que él dio en una muy acalorada aserción Mr. Mulligan en un tris quitó del<br />

sombrero un pañuelo con el que lo había protegido. Los dos, por lo visto, habían<br />

sido sorprendidos por la lluvia y por más que aligeraron el paso se habían empapado<br />

de agua, como podía observarse en los pantalones de Mr. Mulligan del color de la<br />

lana natural y que ahora estaban un tanto a lunares. Su proyecto en el entretanto fue<br />

muy favorablemente recibido por los oyentes y se ganó los cordiales elogios de<br />

todos aunque Mr. Dixon de María fue la excepción, preguntando con un aire<br />

afectado si también se proponía exportar güisqui a Escocia. Mr. Mulligan congració<br />

con los eruditos por medio de una oportuna cita de los clásicos que, según afloraba<br />

en su memoria, le parecía un acertado y selecto sostén de sus convicciones: Talis ac

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