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James Joyce

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estaba en la plenitud de su feminidad en traje de noche de escote ostentosamente<br />

profundo para la ocasión para exhibir generosamente el pecho, con algo más que un<br />

vislumbre del seno, los labios gruesos entreabiertos y unos dientes perfectos, de pie<br />

cerca de, con ostensible compostura, un piano en cuyo atril estaba En el viejo<br />

Madrid, una balada, bonita a su manera, que estaba entonces muy en boga. Sus ojos<br />

(los de la señora), oscuros, grandes, miraban a Stephen, a punto de sonreír por algo<br />

que debía satisfacer, siendo Lafayette de Westmoreland Street, el mejor artista<br />

fotográfico de Dublín, el responsable de la ejecución estética.<br />

-Mrs. Bloom, mi mujer la prima donna, Madam Marion Tweedy, indicó Bloom.<br />

Tomada hace unos años. En o alrededor del noventa y seis. Muy como ella era en<br />

aquel entonces.<br />

Junto al joven miró él también la foto de la señora ahora su esposa legal que, le<br />

notificó, era la cumplida hija del Comandante Brian Tweedy y mostró a edad muy<br />

temprana una maestría singular como cantante habiendo incluso hecho su saludo<br />

ante el público cuando apenas contaba dieciséis dulces años. En cuanto a la cara<br />

tenía un parecido manifiesto en la expresión pero no hacía justicia a su silueta que<br />

llamaba mucho la atención habitualmente y que no había salido muy favorecida con<br />

esa vestimenta. Podía sin dificultad alguna, dijo él, haber posado para conseguir un<br />

efecto armónico, por no hablar de ciertas curvas opulentas del. Insistió, teniendo un<br />

poco de artista en sus ratos libres, en la forma femenina en general en relación con<br />

su desarrollo porque, como daba la casualidad, aquella misma tarde había visto esas<br />

estatuas griegas, perfectamente realizadas como obras de arte, en el Museo<br />

Nacional. El mármol daba al original, hombros, espalda, toda la simetría, todo lo<br />

demás. Sí, puritanisme, no está mal aunque el soberano robo de San José alors<br />

(Bandez!) Figne toi trop. Mientras que ninguna foto lo conseguiría porque<br />

sencillamente aquello no era arte en una palabra.<br />

Impulsado por el espíritu le habría gustado tanto seguir el ejemplo del arráez y dejar<br />

el retrato allí por unos breves minutos y dejarlo hablar por sí solo con la excusa de<br />

que él para que el otro pudiera beber en la belleza por sí mismo, siendo su presencia<br />

en las tablas, francamente, un placer en sí mismo al que la cámara no hacía en<br />

absoluto justicia. Pero no podía decirse que eso tuviera ética profesional. Aunque

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