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James Joyce

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reprimir toda convulsión de cólera creciente y, atajándola con pronta precaución,<br />

fomentar en su pecho esa plenitud de tolerancia de la que hacen escarnio las mentes<br />

vulgares, juzgadores atolondrados menosprecian y todos hallan aceptable aunque<br />

sólo aceptable. A todos aquellos que se imaginan sagaces a costa de la finura<br />

femenina (una costumbre mental que él nunca aprobó) a esos no les concedería<br />

siquiera exhibir el nombre ni heredar la tradición de una clase decente: mientras que<br />

para esos tales que, habiendo perdido todo dominio sobre sí mismos, ya no pueden<br />

perder más, ahí quedaba el áspero antídoto de la experiencia para forzar a su<br />

insolencia a batirse en precipitada e ignominiosa retirada. Y no es que él no pudiera<br />

congraciarse con la impetuosa juventud que, no importándole las recriminaciones de<br />

los vejestorios o refunfuños de los estrictos, siempre está pronta (como dice la<br />

púdica fantasía del Santo Autor) a comer del árbol que le está prohibido aunque no<br />

llega tan lejos como para preterir a la humanidad bajo ninguna condición en<br />

absoluto para con una dama cuando ella se ocupaba de sus legítimas necesidades.<br />

Para terminar, mientras que a juzgar por las palabras de la hermana él había contado<br />

con rapido alumbramiento se sintió, sin embargo, hay que reconocerlo, un tanto<br />

aliviado con la información de que la descendencia tan auspiciada después del<br />

sufrimiento de tamaña dureza testimoniara ahora una vez más en favor de la miseri-<br />

cordia a la vez que de la generosidad del Ser Supremo.<br />

De conformidad con lo cual abrió su corazón al vecino de asiento, diciendo que,<br />

para manifestar su criterio sobre el asunto, su opinión (y tal vez no debería<br />

manifestar ninguna) era que había que tener un temperamento frío y un talante<br />

glacial para no alegrarse con las frescas noticias de la fructificación del parto puesto<br />

que había pasado por tales dolores y no por culpa de ella. El petimetre galán dijo<br />

que era del marido que la había puesto en aquella expectación o que al menos él<br />

debería haber sido a menos que ella fuera una matrona efesia más. Debo informaros,<br />

dijo Mr. Crotthers, aporreando la mesa como para producir un comentario de énfasis<br />

resonante, que el viejo Gloria Alleluyarum estuvo de nuevo por aquí hoy, un<br />

hombre ya mayor patilludo, formulando nasalmente la petición de hablar con<br />

Wilhelmina, mi vida, como él la llama. Le rogué que se mantuviera al aviso puesto<br />

que el acontecimiento tendría lugar en breve. De montres, os seré sincero. No puedo

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