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James Joyce

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Por la información interna que se extendía a través de una serie de años Mr. Bloom<br />

se inclinaba más bien a no dar dos higas por la sugerencia por ser una monumental<br />

patochada pues, hasta tanto esa consumación con devoción fuera o no fuera<br />

deseada, era totalmente consciente del hecho de que sus vecinos al otro lado del<br />

canal, a no ser que fueran mucho más necios de lo que él pensaba, más bien<br />

ocultaban sus fuerzas que lo contrario. Corría pareja con la idea quijotesca de<br />

ciertos sectores de que en cien millones de años las reservas carboníferas de la isla<br />

hermana se acabarían y si, con el paso del tiempo, se veía que la cosa resultaba así<br />

todo lo que él podía personalmente decir sobre el asunto era que como innumerables<br />

contingencias, igualmente relevantes para el tema, podían ocurrir antes de que ese<br />

momento llegara sería altamente aconsejable en el entretanto intentar sacar el mayor<br />

provecho de los dos países a pesar de que eran polos opuestos. Otro pequeño detalle<br />

interesante, los amoríos de putas y arrapiezos, por decirlo en términos que se<br />

entiendan, le recordó que los soldados irlandeses habían luchado a menudo tanto a<br />

favor de Inglaterra como en contra, aún más, de hecho. Y ahora ¿por qué? Así que<br />

la escenita entre la pareja,, el del concesionario que se rumoreaba era o había sido<br />

Fitzhams, el famoso invencible, y el otro, obviamente un farsante, le recordó<br />

forzosamente como si estuvieran conchabados en la trampa, suponiendo, es decir,<br />

que estuviera previamente amañado como el espectador, estudioso del alma humana<br />

donde los haya, los otros apenas percatándose del juego. Y en cuanto al arrendatario<br />

o dueño, que probablemente no era la otra persona en absoluto, no podía él (B.) por<br />

menos de parecerle y muy como es debido que era mejor hacer caso omiso de gente<br />

como ésa a no ser que fueras un tonto de capirote integral y rehuir tener nada que<br />

ver con ellos como regla de oro en la vida privada ni con sus fechorías, habiendo<br />

siempre la posibilidad de que por un casual un soplón viniera y resultara ser testigo<br />

del Fiscal de la Reina o del Rey ahora como Denis o Peter Carey, una idea que re-<br />

chazaba de plano. Muy al margen de todo eso le disgustaban esas carreras de<br />

maldad y crimen por principio. Sin embargo, aunque tales propensiones criminales<br />

nunca habían hallado lugar en su pecho de ninguna de las maneras ni formas, él sí<br />

que había sentido, y no había por qué negarlo (mientras interiormente siguiera<br />

siendo lo que era) una cierta clase de admiración por alguien que hubiera realmente

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