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James Joyce

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480<br />

Budgy (Victoria Frances), Tom, Violet Constance Louisa, el querido y pequeño<br />

Bobsy (así llamado por nuestro famoso héroe en la guerra de Sudáfrica, lord Bobs<br />

de Waterford y Candahar) y ahora esta última prenda de su unión, un Purefoy donde<br />

los haya, con la nariz de un auténtico Purefoy. La joven promesa habrá de ser bauti-<br />

zada con el nombre de Mortimer Edward por el influyente primo tercero de Mr.<br />

Purefoy el de la oficina del Alto Comisario del Tesoro Público, en el Castillo de<br />

Dublín. Y así discurre el tiempo: aunque el padre Cronos ha repartido poco. No, no<br />

permitas que por ese pecho se abra paso suspiro alguno, querida y buena Mina. Y,<br />

Papaíto, sacude las cenizas de tu pipa, el acostumbrado brezno aún mantendrás<br />

cuando el último toque suene por ti (¡ojalá ese día aún esté lejos!) y entremuera la<br />

luz con la que leías en el Libro Sagrado porque también el aceite se acaba, y así con<br />

corazón tranquilo a la cama, a descansar. Él sabe y llamará a la mejor hora.<br />

También tú has combatido el buen combate y ejecutaste fielmente tu papel de<br />

hombre. Señor, ahí va mi mano. ¡Bien, siervo bueno y fiel!<br />

Hay pecados o (llamémoslos como el mundo los llama) memorias malignas que el<br />

hombre oculta en el ámbito más recóndito de su corazón pero allí siguen y esperan.<br />

Él puede que permita que sus memorias se nublen, que les permita ser como si<br />

nunca hubieran existido y casi persuadirse a si mismo de que no existieron o al<br />

menos de que fueron de otra manera. Sin embargo una palabra imprevista las hará<br />

surgir de nuevo y se alzarán para enfrentarse a él en las más variadas circunstancias,<br />

en forma de visión o de sueño, o al tiempo que la pandereta o el arpa sosiegan sus<br />

sentidos o a mitad de la fresca tranquilidad plateada de la tarde o en el banquete, a<br />

medianoche, cuando esté ahíto de vino. No para insultarle caerá sobre él la visión<br />

como sobre alguien sumido bajo su ira, no por venganza para apartarlo de los vivos<br />

sino envuelta en patético vestiario del pasado, silenciosa, remota, reprobadora.<br />

El forastero aún veía allí en el rostro frente a él un lento retroceso de esa falsa<br />

calma, acuciada, según parece, por el hábito o por alguna treta calculada, por<br />

palabras tan rencorosas como para acusar a quien las decía de insano, de flair, por<br />

las cosas más crueles de la vida. Una escena se desgrana en la memoria del<br />

observador, evocada, podría ser, por una palabra de una sencillez tan natural que se<br />

diría que aquellos días estaban realmente presentes allí (como algunos pensaban)

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