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James Joyce

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con sus placeres al alcance. Una explanada de césped cortado una tarde templada de<br />

mayo, la bien recordada arboleda de lilas en Roundtown, moradas y blancas,<br />

fragantes y esbeltas espectadoras del juego pero con gran interés en las bolitas<br />

según avanzan lentamente por el prado o chocan y se paran, el uno junto al otro, con<br />

una leve sacudida de alerta. Y allá por aquella urna gris donde de tiempo en tiempo<br />

el agua circula en riego pensativo se veía otra hermandad de semejante fragancia,<br />

Floey, Atty, Tiny y su amiga más oscura con un no sé qué de vistosidad de porte por<br />

aquel entonces, Nuestra Señora de las Cerezas, un encantador racimo con ellas<br />

elaborado colgaba de una oreja, resaltando con gran delicadeza el calor extraño de<br />

la piel contra la finta de ardiente frescura. Un chicuelo de cuatro o cinco años<br />

vestido de tosca mezcla (tiempo de floración mas habrá alegría en la plácida chime-<br />

nea cuando no muy tarde los cuencos se recojan y guarden en el abaz) está erguido<br />

sobre la urna protegido por ese círculo de afectuosas manos de niña. Frunce el ceño<br />

un poco como también lo hace este joven ahora con un deleite del peligro quizás<br />

demasiado consciente pero por fuerza ha de mirar a ratos hacia donde su madre<br />

observa desde la piazzetta que da al macizo de flores con una leve sombra de lejanía<br />

o de reproche (alíes Vergängliche) en su mirada alegre.<br />

Tomad buena nota de esto y recordad. El final llega de pronto. Entrad en esa<br />

antecámara del nacer donde los estudiosos se reúnen y reparad en sus rostros. Nada,<br />

al parecer, de premura o violencia. La quietud de la custodia, más bien, como<br />

corresponde a la categoría de esa casa, la guarda vigilante de los pastores y de los<br />

ángeles alrededor de un pesebre en Belén de Judá tiempo ha. Pero lo mismo que<br />

antes del relámpago las apretadas nubes de tormenta, abrumadas de desbordante<br />

exceso de humedad, en abombadas masas túrgidamente dilatadas, circundan el cielo<br />

y la tierra en único y vasto sopor, cerniéndose sobre campos sedientos y la modorra<br />

de los bueyes y la marchita vegetación de matorrales y verdor hasta que en un<br />

instante un destello hiende sus entrañas y con el resonar del trueno el aguacero<br />

derrama su torrente, de este y no de otro modo fue la transformación, violenta e ins-<br />

tantánea, cuando se hizo la palabra.<br />

¡Al pub de Burke! sale disparado milord Stephen, profiriendo el grito, y toda la<br />

caterva de ellos tras él, el gallito, el chisgarabís, el petardero, el medicastro, Bloom

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