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James Joyce

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118<br />

Ned Lambert echó una ojeada atrás.<br />

-Bloom, dijo, Madame Manon Tweedy la que era, es, mejor dicho, la soprano. Es<br />

su mujer.<br />

-Ah, claro, dijo John Henry Menton. No la he visto desde hace algún tiempo. Era<br />

una mujer guapa. Bailé con ella hace, espera, quince diecisiete dichosos años, en<br />

casa de Mat Dillon en Roundtown. Y una buena abrazada que tenía.<br />

Miró detrás por entre los otros.<br />

-¿Qué es él? preguntó. ¿Qué hace? ¿No trabajaba en algo de papelería? Tuve una<br />

disputa con él una noche, lo recuerdo, en los bolos.<br />

Ned Lambert sonrió.<br />

-Sí, viajante, dijo, en Wisdom Hely. Vendía papel secante.<br />

-Por Dios Santo, dijo John Henry Menton, ¿para qué se casaría con un pelafustán<br />

como ése? Estaba para dar guerra en aquel entonces.<br />

-Aún la da, dijo Ned Lambert. Es agente de publicidad.<br />

Los grandes ojos de John Henry Menton se clavaron al frente.<br />

El carrito dobló por una senda lateral. Un hombre robusto, emboscado en la hierba<br />

crecida, se levantó el sombrero en señal de respeto. Los sepultureros se tocaron la<br />

gorra.<br />

-John O'Connell, dijo Mr. Power complacido. Nunca se olvida de un amigo.<br />

Mr. O'Connell les estrechó a todos la mano en silencio. Mr. Dedalus dijo:<br />

-Soy venido a visitaros.<br />

-Amigo Simon, contestó el gerente del cementerio con voz grave. No le quiero por<br />

cliente de ninguna manera.<br />

Saludó a Ned Lamben y a John Henry Menton y echó a andar al lado de Martin<br />

Cunningham enredando con dos alargadas llaves a su espalda.<br />

-¿Habéis oído esa, les preguntó, sobre Mulcahy del Coombe?<br />

-No, dijo Martin Cunningham.<br />

Inclinaron los sombreros de copa a un tiempo y Hynes prestó oído. El gerente<br />

colgó los pulgares en las vueltas de la cadena de oro del reloj y habló con tono<br />

discreto a sus sonrisas vacías.

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