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James Joyce

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373<br />

-¿Y la yegua de Bass? dice Terry.<br />

Aún sigue corriendo, dice. Estamos todos hechos polvo. Boylan tiró dos libras en<br />

Cetro por indicación mía para él y una dama amiga.<br />

-Yo mismo había puesto media corona, dice Terry, en Zinfandel que Mr. Flynn<br />

me recomendó. El de Lord Howard de Walden.<br />

-Veinte a uno, dice Lenehan. Así es la puta vida. Tirado, dice él. Es el colmo<br />

colmado. Flaqueza, tienes el nombre de Cetro.<br />

De modo que se fue para la lata de galletas que Bob Doran había dejado a ver si<br />

había algo que coger de gañote, el arisco chucho detrás de él siguiéndole por si le<br />

caía algo con su hocico sarnoso en alto. Mamá Rosario se fue para el armario.<br />

-Ahí no, mi niño, dice él.<br />

-¡Que no se diga, hombre! dice Joe. La yegua habría ganado si no hubiera sido por<br />

ese matalón.<br />

Y a todo esto J. J. y el paisano discutiendo de leyes y de historia con Bloom<br />

metiendo alguna palabra que otra. Alguna gente, dice Bloom, sólo ve la paja en el<br />

ojo ajeno pero no ve la viga en el propio.<br />

Raimeis, dice el paisano. Nadie hay más ciego que el que no quiere ver, si saben<br />

lo que quiero decir. ¿Adónde han ido a parar los veinte millones de irlandeses que<br />

deberían hoy estar aquí en lugar de los cuatro, nuestras tribus perdidas? Y nuestras<br />

alfarerías e industria textil ¡lo mejor en el mundo entero! Y nuestra lana que se<br />

vendía en Roma en los tiempos de Juvenal y nuestro lino y nuestro damasco de los<br />

telares de Antrim y nuestros encajes de Limenck, nuestras curtidurías y nuestro<br />

cristal de roca blanco de ahí abajo por Ballybough y nuestro popelín hugonote que<br />

tenemos desde Jacquard de Lyon y nuestros tejidos de seda y nuestros paños de<br />

Foxford y los encajes del convento de Carmelitas en New Ross, nada comparable en<br />

el mundo entero. ¿Adónde han ido a parar los mercaderes griegos que llegaron<br />

cruzando las columnas de Hércules, el Gibraltar hoy en manos del enemigo de la<br />

humanidad, con oro y tinte púrpura que vendían en Wexford en el mercado del<br />

Carmen? Leed a Tácito y a Ptolomeo, incluso a Gerardo de Gales. Vino, peletería,<br />

mármol de Connemara, plata de Tipperary, imposible hallar otra igual, nuestros<br />

incluso hoy archifamosos caballos, las jacas irlandesas, el mismo rey Felipe de

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