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James Joyce

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cuando no es lo que les gusta. Te preguntan si te gustan los champiñones porque<br />

ella una vez conoció a un caballero que. O te preguntan lo que alguien iba a decir<br />

cuando cambió de opinión y se calló. Sin embargo si pusiera toda la carne en el<br />

asador, dijera: Quiero que, algo así. Porque quería. Ella también. La ofendes. Luego<br />

lo compensas. Simulas que quieres algo con todas tus fuerzas, luego te retiras por<br />

ella. Les halaga. Ha debido de estar pensando en otro todo el tiempo. ¿Qué daño<br />

hace? Desde que tuvo uso de razón, él, él y él. ¡Mua, y ya está! El momento<br />

propicio. Algo dentro de ellas les estalla. Un algo blanducho, se les ve en los ojos, a<br />

hurtadillas. Los primeros impulsos son los mejores. Lo recuerdan hasta el día de su<br />

muerte. Molly, el teniente Mulvey que la besó bajo las murallas moras junto a los<br />

jardines. Quince me dijo ella. Pero los pechos se le habían de;o sarrollado. Se<br />

adormeció entonces. Después de la cena en Glencree fue cuando nos dirigíamos a<br />

casa. La Montaña Plumón. Rechinaba los dientes en sueño. El alcalde no le quitaba<br />

los ojos de encima tampoco. Val Dillon. Apoplético.<br />

Ahí va con ellos a ver los fuegos artificiales. Mis fuegos artificiales. Arriba como<br />

un cohete, abajo como un palo. Y los niños, mellizos tienen que ser, esperando que<br />

algo ocurra. Quieren ser mayores. Vistiéndose con las ropas de mamá. Hay tiempo<br />

de sobra, para entender los vericuetos del mundo. Y la morena de las greñas y los<br />

labios de perrengue. Me imaginaba que sabía silbar. Boca hecha para eso. Como<br />

Molly. Por eso aquella puta de clase en Jammet llevaba el velo sólo hasta la nariz.<br />

¿Le importaría, por favor, decirme la hora exacta? La hora te la voy a decir en un<br />

callejón oscuro. Di drupas y prismas cuarenta veces por las mañanas, cura los labios<br />

gordos. Acariciaba al chiquitín también. Los espectadores son los que mejor siguen<br />

el juego. Claro que saben de pájaros, de animales, de bebés. Está en su línea.<br />

No miró para atrás cuando se fue por la playa. No iba a dar ese gusto. Aquellas<br />

chicas, aquellas chicas, aquellas encantadoras chicas de la playa. Ojos bonitos tenía,<br />

claros. Es el blanco de los ojos lo que lo hace resaltar no tanto la pupila. ¿Sabía ella<br />

lo que yo? Claro. Como un gato sentado más allá del alcance del perro. Las mujeres<br />

nunca dan con uno como aquel Wilkins en el instituto de bachillerato que dibujaba<br />

una figura de Venus mientras enseñaba todos sus atributos. ¿Llamar a eso<br />

inocencia? ¡Pobre idiota! Su mujer tiene ya un buen trecho recorrido. Nunca las

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