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James Joyce

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-¿Qué edad tiene? indagó un oyente que, por cierto, visto de perfil, tenía un<br />

parecido lejano con Henry Campbell, el secretario del ayuntamiento, lejos de las<br />

pesadas responsabilidades del cargo, sin lavar claro está y con desaliñado atuendo y<br />

con marcados indicios de mosto alrededor del apéndice nasal.<br />

-Bueno, contestó el marinero con lentas palabras de extrañeza, ¿mi hijo, Danny?<br />

Debe de tener unos dieciocho ahora, por lo que calculo.<br />

El padre de Skibbereen con esto se abrió de un tirón la camisa gris o sucia en<br />

cualquier caso camisa con las dos manos y empezó a rascarse el pecho en el que se<br />

podía ver una imagen tatuada con tinta china azul que pretendía representar un<br />

ancla.<br />

-Había piojos en la litera aquella de Bndgwater, comentó, tan cierto como que estoy<br />

aquí. Tengo que darme un lavado mañana o pasado. Es a esos mozos negros a los<br />

que no trago. No puedo ver a esos maricones. Te chupan la sangre hasta dejarte<br />

seco, y tanto que te secan.<br />

Viendo que todos le miraban el pecho se abrió complacientemente más la camisa a<br />

tirones para que encima del tradicional símbolo de la esperanza y descanso del<br />

hombre de mar tuvieran una buena visión del número 16 y del perfil de un joven de<br />

aspecto más bien aferruzado.<br />

-Tatuaje, explicó el exhibidor. Eso me lo hicieron cuando estábamos encalmados<br />

frente a Odesa en el Mar Negro con el capitán Dalton. Un compañero, de nombre<br />

Antonio, lo hizo. Aquí lo tienen, un griego.<br />

-¿Dolió mucho al hacerlo? preguntó uno al marinero. Aquel respetable señor, sin<br />

embargo, estaba atareadamente ocupado en recogerse los. De alguna manera en su.<br />

Estruando o.<br />

-Miren aquí, dijo, mostrando a Antonio. Ahí está maldiciendo al primer oficial. Y<br />

aquí lo tienen ahora, añadió, el mismo compañero, estirándose la piel con los dedos,<br />

una habilidad especial evidentemente, y él sin parar de reírse del chisme.<br />

Y de hecho la lívida cara del joven llamado Antonio sí que parecía realmente que<br />

tuviera una sonrisa forzada y el curioso efecto provocó la admiración sin reservas de<br />

todo el mundo incluyendo a Pellejocabra, que esta vez se echó para delante para ver.

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