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James Joyce

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por menos que encomiar la potencia viril del viejo buco que aún es capaz de hacerle<br />

otro hijo. Todos se metieron en alabanzas, cada uno a su modo, aunque el mismo<br />

joven petimetre mantuvo su anterior parecer de que era alguien distinto de su<br />

cónyuge el hombre que había metido el palo en la raja, un clérigo misacantano, un<br />

paje de hacha (virtuoso) o un vendedor itinerante de artículos que se necesitan en<br />

cualquier casa. Extraña, departió consigo el invitado, la facultad prodigiosamente<br />

desigual de metempsicosis que poseen, para que el dormitorio puerperal y el<br />

anfiteatro de disecciones los conviertan en seminarios de tal frivolidad, para que la<br />

mera adquisición de títulos académicos sea suficiente para transformar en un san-<br />

tiamén a estos devotos de la superficialidad en practicantes ejemplares de un arte<br />

que la mayoría de los hombres cualquiera que fuera su eminencia han estimado el<br />

más noble. Pero, añadió aún más, eso es quizabes para liberar los sentimientos<br />

aprisionados que en general les oprimen porque yo he observado más de una vez<br />

que Dios los cría y ellos se juntan para retozar.<br />

Pero icon qué anuencia, permítase preguntar al noble señor, su patrón, háyase este<br />

forastero, a quien el favor de un gracioso príncipe ha acogido a los derechos civiles,<br />

erigido en señor supremo de nuestra política interior? ¿Dónde se halla ahora esa<br />

gratitud que la lealtad debería haber aconsejado? Durante la guerra reciente cuando<br />

quiera que el enemigo tenía una ventaja temporal con sus granados ¿acaso este<br />

traidor de los suyos no aprovechaba el momento para disparar su pieza contra el<br />

imperio del que él es un ocupante a voluntad mientras él temblaba por la seguridad<br />

de sus cuatro por ciento? ¿Ha olvidado esto como olvida todos los beneficios<br />

recibidos? ¿O es que de ser un embaucador de otros se ha convertido al fin en su<br />

propio burlador como lo es, si los rumores no lo desmienten, su propio y solo<br />

gozador? Lejos esté de la confianza mancillar la alcoba de una dama decente, la hija<br />

de un valeroso comandante, o arrojar la más remota censura sobre su virtud pero si<br />

provoca nuestra atención sobre eso (como ciertamente estaba muy en su interés el<br />

no hacerlo) pues que así sea. Infeliz mujer, durante demasiado tiempo y con<br />

demasiado empeño le ha sido negada la legítima prerrogativa de escuchar sus<br />

conminaciones con ningún otro sentimiento que no fuera el de la irrisión del<br />

desesperado. ¡Él lo dice, censor de la moralidad, un verdadero pelícano por su

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