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James Joyce

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122<br />

¡Oh, pobre Robinsón Crusoe!<br />

¿Cómo pudiste hacerlo?<br />

¡Pobre Dignam! Sus polvos yacen en la tierra en su caja. Cuando piensas en todo<br />

esto en verdad que es un gasto inútil de madera. Toda carcomida. Podrían inventar<br />

un féretro elegante con una especie de panel corredizo, lo dejas caer de esa manera.<br />

Sí pero quizá objetaran el que se les enterrara en el de otro tipo. Son tan especiales.<br />

Que me entierren en mi tierra natal. Un terroncito de Tierra Santa. Sólo alguna vez<br />

una madre y su niño nacido muerto enterrados en el mismo ataúd. Ya veo lo que<br />

significa. Ya lo veo. Para protegerle el mayor tiempo posible incluso bajo tierra. La<br />

casa del irlandés es su ataúd. Embalsamamientos en catacumbas, momias la misma<br />

idea.<br />

Mr. Bloom se mantuvo apartado, el sombrero en la mano, contando las cabezas<br />

descubiertas. Doce. Conmigo trece. No. El tipo de la gabardina hace trece. El<br />

número de la muerte. ¿De dónde puñetas habrá salido? No estaba en la capilla, lo<br />

juraría. Qué superstición más tonta la del número trece.<br />

Qué paño más suave y agradable el del traje de Ned Lambert. Un poco tirando a<br />

púrpura. Yo tenía uno así cuando vivíamos en Lombard Street West. Tipo elegante<br />

que era él en tiempos. Solía cambiarse de traje tres veces al día. Tengo que llevar mi<br />

traje gris a que me lo vuelva Mesías. Caramba. Pero si es teñido. Su mujer me<br />

olvidé de que no está casado o su patrona debería haberle quitado esos hilos.<br />

El ataúd se sumergió zafándose de la vista, bajado con cuidado por los hombres<br />

esparrancados sobre los caballetes de la sepultura. Con esfuerzo se enderezaron y<br />

apartaron: y todos se descubrieron. Veinte.<br />

Pausa.<br />

Si todos fuéramos repentinamente alguien distinto.<br />

En la lejanía un burro rebuznó. Lluvia. No hay ningún asno. Nunca se ve uno<br />

muerto, dicen. Avergonzados de morir. Se ocultan. También el pobre papá se fue.<br />

Un dulce viento suave sopló por entre las cabezas descubiertas como un susurro.<br />

Susurro. El chico a la cabecera de la sepultura sostenía la corona con las dos manos,

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