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James Joyce

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408<br />

dónde estaba el chacachá pero Ciss, siempre atenta, le puso en la boca la tetilla del<br />

biberón y el pequeño granujilla rápidamente se tranquilizó.<br />

Gerty hubiera dado algo porque se llevaran de una vez de allí al niño berreón a<br />

casa que la estaba poniendo enferma, no era hora de estar en la calle, y a los<br />

mocosillos de los mellizos. Y contempló el mar lejano. Era como las pinturas que<br />

aquel hombre solía hacer en la acera con todas sus tizas de colores y qué pena<br />

dejarlas además allí para que se borraran del todo, la noche y las nubes que llegaban<br />

y el faro de Bailey en Howth y oír una música como ésa y el perfume del incienso<br />

que quemaban en la iglesia como una especie de ráfaga. Y al mirar su corazón se<br />

puso que se le salía por la boca. Sí, era a ella a quien miraba, y había intención en su<br />

mirada. Sus ojos la quemaban como si quisieran sondearla en toda su extensión, leer<br />

hasta en su alma. Ojos maravillosos eran aquellos, extraordinariamente expresivos,<br />

pero teran de fiar? La gente era tan rara. Podía distinguir fácilmente por sus ojos<br />

oscuros y su rostro pálido e intelectual que era extranjero, reflejo exacto de la foto<br />

que ella tenía de Martin Harvey, el ídolo de la matinée, a no ser por el bigote que<br />

ella prefería porque no estaba loca por el teatro como Winny Rippingham que<br />

quería que las dos vistieran siempre iguales por aquello de una obra de teatro pero<br />

no podía distinguir si tenía la nariz aquilina o ligeramente retroussé a causa de la<br />

distancia a la que estaba sentado. Iba de luto riguroso, eso se veía, y la historia de<br />

amarga pena la llevaba escrita en la cara. Ella hubiera dado este mundo y el otro por<br />

saber cuál era. Miraba hacia ella con tal intensidad, con tal serenidad, y la vio darle<br />

la patada a la pelota y quizá pudiera ver las hebillas de acero brillante de sus zapatos<br />

si los columpiaba de esa manera pensativa con las puntas hacia abajo. Se alegraba<br />

de que algo le había dicho que se pusiera las medias transparentes pensando que<br />

Reggy Wylie anduviera por allí pero eso estaba ya pasado. Aquí tenía aquello en lo<br />

que tantas veces había soñado. Era él el que importaba y había dicha en su mirada<br />

porque lo quería porque sentía instintivamente que no era como otro cualquiera. Lo<br />

más hondo de su corazón de mujer-niña iba en busca de él, el esposo de sus sueños,<br />

porque supo al instante que era él. Si había sufrido, más ofendido que ofensor, o<br />

incluso, incluso, si él mismo había sido pecador, un hombre malvado, no importaba.<br />

Incluso si era protestante o metodista podría convertirlo fácilmente si ver-

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