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James Joyce

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necio y al mentecato presumido, al amante en el apogeo de la pasión temeraria y al<br />

marido en los años de la madurez. Pero en verdad, señor, que me aparto de la<br />

cuestión. Cuán enturbiados e imperfectos son nuestros placeres sublunares.<br />

¡Maldición! exclamó con angustia. ¡Ojalá hubiera sido del agrado de Dios que<br />

tuviera esa adivinación que me hiciera recordar traerme la capa! Podría llorar de tan<br />

sólo pensarlo. Entonces, aunque del cielo hubiera diluviado, poco nos habría<br />

importado. Mas, un rayo me parta, dijo, dándose con la mano en la frente, que<br />

mañana volverá a salir el sol y, rayos y truenos, conozco a un marchand de capotes,<br />

Monsieur Poyntz, de quien puedo tener por una lime una muy cómoda capa al estilo<br />

francés como ninguna otra protegiera a señora de rociada. ¡Hala, hala! exclama Le<br />

Fécondateur, entrando de rondón, mi amigo Monsieur Moore, ese consumado<br />

viajero (acabo de desecar media botella avec luí entre las más preclaras inteligencias<br />

de la ciudad) es mi autoridad que en Cabo de Hornos, ventre biche, hay una lluvia<br />

que lo impregna todo, hasta las más resistentes capas. Una calada de esa violencia,<br />

sans blague, me cuentan, ha despachado a más de un desgraciado sin previo aviso y<br />

por urgencia al otro mundo. ¡Bah! ¡Una lime! exclama Monsieur Lynch. Esas cosas<br />

indecentes son caras hasta por una gorda. Un diafragma, no mayor que una seta de<br />

bruja vale como diez de esos sucedáneos. Ninguna mujer con un mínimo de<br />

inteligencia se pondría uno. Mi querida Kitty me dijo hoy que preferiría bailar en un<br />

diluvio antes que morirse de ganas en semejante arca de salvación pues, como me<br />

trajo a la memoria (sonrojándose maliciosamente y susurrándome al oído aunque<br />

nadie había allí para agarrar sus palabras a no ser las atolondradas mariposas), dama<br />

naturaleza, por bendición divina, lo ha instalado en nuestros corazones y se ha<br />

convertido en expresión conocida ily a deux choses para las que la inocencia de<br />

nuestro indumento original, en otras circunstancias una violación del decoro, es el<br />

más adecuado, mejor dicho, el único atavío. Lo primero, dijo ella (y aquí mi bella<br />

filósofa, al tiempo que le ayudaba a subir al tílbun, para llamar mi atención, suave-<br />

mente rozó con su lengua el pabellón de mi oreja), lo primero es un baño - Pero en<br />

este momento el tintineo de una campanilla en la sala cortó en seco un discurso que<br />

tanto prometía para el enriquecimiento del cúmulo de nuestra sapiencia.

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