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James Joyce

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la primera audición pero con la música de Los hugonotes de Mercadante, Las siete<br />

últimas palabras en la cruz de Meyerbeer y la Duodécima misa de Mozart<br />

sencillamente se deleitaba, siendo el Gloria de ésta, a su entender, el súmmum de la<br />

música de calidad, que literalmente echaba por tierra cualquier otra cosa. Él prefería<br />

infinitamente la música sacra de la iglesia católica a cualquier cosa que la<br />

competencia pudiera ofrecer en esa línea como era el caso de aquellos himnos de<br />

Moody y Sankey o Que viva pídeme y para ser tu protestante viviré. Admiraba más<br />

que nadie el Stabat Mater de Rossini, una pieza sencillamente plagada de números<br />

inmortales, con los que su mujer, Madam Manon Tweedy, consiguió un éxito, algo<br />

auténticamente sensacional, podía decir sin miedo a equivocarse, que añadía<br />

grandemente a sus otros laureles y eclipsaba completamente a los otros, en la iglesia<br />

de los padres jesuitas de Upper Gardiner Street, habiendo estado el edificio sagrado<br />

a rebosar de virtuosos para oírla, o virtuosi más bien. Unánimemente se estimó que<br />

nadie estaba a su altura y sea suficiente decir que en un lugar de culto por la música<br />

de carácter sagrado había un deseo expresado al unísono de pedir la repetición. En<br />

general aunque estaba a favor preferentemente de la ópera ligera del tipo de Don<br />

Giovanni y Martha, una joya en su estilo, tenía un penchant, aunque con sólo unos<br />

conocimientos superficiales, por la severa escuela clásica como Mendelssohn. Y<br />

hablando de eso, dado por supuesto que él lo sabría todo sobre los viejos favoritos,<br />

citó par excellence el aire de Lionel en Martha, M appari, el cual, curiosamente,<br />

había oído u oído a medias, para ser más preciso, ayer, un privilegio que él<br />

agradecía vivamente, de labios del respetado padre de Stephen, cantado a la<br />

perfección, un estudio del número musical, en realidad, que obligó a abandonar a<br />

los demás. Stephen, en respuesta a la indagación educadamente enunciada, dijo que<br />

él no lo cantaba pero se disparó en alabanzas de las canciones de Shakespeare,<br />

cuando menos las de su tiempo o por ahí, el tañedor de laúd Dowland que vivía en<br />

Fetter Lane cerca de Gerard el herborista, que annos ludendo hausi, Doulandus, un<br />

instrumento que estaba él considerando comprarle a Mr. Arnold Dolmetsch, a quien<br />

B. no conseguía recordar aunque el nombre sí le sonaba, por sesentaicinco guineas y<br />

Famaby e hijo con sus canciones conceptistas dux y comes y Byrd (William) que le

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