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James Joyce

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75<br />

magistral por el que sedujo a la bruja hilarante que ahoya. Empieza y termina<br />

moralmente. De las manos. Astuto. Echó un vistazo atrás a lo que ya había leído y,<br />

mientras sentía fluir su orina quedamente, envidió amablemente a Mr. Beaufoy que<br />

había escrito aquello y recibido en pago tres libras, trece con seis.<br />

Podría conseguir hacer un esbozo. Por Mr. y Mrs. L. Bloom. Inventar una historia<br />

para ilustrar un proverbio. ¿Cuál? En tiempos solía intentar tomar notas en el puño<br />

de lo que ella decía al vestirse. Le desagradaba que nos vistiéramos juntos. Me corté<br />

afeitándome. Mordiendo su labio inferior, abrochándole el corchete de la falda.<br />

Controlándole el tiempo. 9:15. ¿Te ha pagado Roberts ya? 9:20. ¿Qué llevaba<br />

puesto Gretta Conroy? 9:23. ¿Cómo se me ocurriría comprar este peine? 9:24. Estoy<br />

inflada con esa col. Una mota de polvo en el charol de la bota: restregándose<br />

esmeradamente por turno cada vira contra la pantorrilla de la media. La mañana<br />

después del baile de la feria cuando la banda de May tocó la danza de las horas de<br />

Ponchielli. Explica eso: horas del amanecer, mediodía, luego el atardecer que se<br />

acerca, luego las horas de la noche. Lavándose los dientes. Esa fue la primera<br />

noche. Su cabeza al bailar. Las varillas del abanico chascando. ¿Es rico ese tal<br />

Boylan? Tiene dinero. ¿Por qué? Noté que tenía un aliento dulce y agradable<br />

cuando bailábamos. Inútil tararear en aquel momento. Menciona eso. Extraña<br />

música la de aquella última noche. El espejo estaba en penumbras. Ella limpió el<br />

espejo de mano con diligencia en el chaleco de lana contra su abultado pecho<br />

oscilante. Mirando en él. Arrugas en sus ojos. No daría buenos resultados de todas<br />

maneras.<br />

Horas del atardecer, chicas de gasa gris. Horas de la noche luego: negras con<br />

dagas y antifaces. Idea poética: rosa, luego dorado, luego gris, luego negro. Aun así,<br />

fiel a la realidad también. El día: luego la noche.<br />

Rasgó contundentemente por la mitad el cuento premiado y se limpió con él.<br />

Luego se ciñó los pantalones, se abrochó los tirantes y se abotonó. Tiró hacia atrás<br />

de la tambaleante, bamboleante puerta del excusado y salió de las sombras al aire<br />

libre.

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