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James Joyce

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184<br />

estuvieran en casa. A ver esos albaricoques, queriendo decir melocotones. Ese día<br />

no tan lejano. Sol de autonomía elevándose por el noroeste.<br />

La sonrisa se le borró mientras caminaba, una nube plomiza cubrió el sol<br />

lentamente, sombreando el arrogante frontispicio del Trinity. Tranvías que se cruzan<br />

en todas direcciones, para el centro, para las afueras, tañendo. Palabras inútiles. Las<br />

cosas siguen igual, día tras día: patrullas de policía salen, vuelven: tranvías entran,<br />

salen. Esos dos majaretas haraganeando. Dignam con los pies por delante. Mina<br />

Purefoy vientre inflado en una cama quedándose para que le saquen el niño a<br />

tirones. Uno que nace cada segundo en algún sitio. Otro que muere cada segundo.<br />

Desde que les eché de comer a los pájaros cinco minutos. Trescientos han estirado<br />

la pata. Otros trescientos nacidos, lavándoles la sangre, todos están lavados con la<br />

sangre del cordero, berreando maaaaaa.<br />

Ciudad entera que muere, otra ciudad entera que llega, muere también: otra que<br />

aparece, que acaba. Casas, filas de casas, calles, millas de pavimento, ladrillos<br />

apilados, piedras. Cambian de mano. Este propietario, ése. El dueño nunca muere<br />

dicen. Otro se mete en su pellejo cuando a él le llega el desahucio. Compran el sitio<br />

con oro y aún siguen teniendo todo el oro. Timo en alguna parte. Apiladas en<br />

ciudades, desgastadas siglo tras siglo. Pirámides en la arena. Construidas a costa de<br />

pan y cebollas. Muralla china de esclavos. Babilonia. Grandes piedras que<br />

permanecen. Torres circulares. El resto ruinas, barrios que se extienden, chapuzas.<br />

Casascolmena de Kerwan construcciones de papel. Cobertizo, para la noche.<br />

Nadie vale nada.<br />

Ésta es la peor hora del día. Vitalidad. Apagado, tristón: odio esta hora. Siento<br />

como si me hubieran comido y vomitado.<br />

Casa del rector. El reverendo Dr. Salmon: salmón en conserva. Bien conservado<br />

ahí dentro. Como una capilla mortuoria. No viviría ahí por nada del mundo. Espero<br />

que tengan hígado con panceta hoy. La naturaleza aborrece el vacío.<br />

El sol se liberó lentamente y encendió chispas de luz en la plata del escaparate de<br />

enfrente de Walter Sexton por donde pasaba John Howard Pamell, sin ver.<br />

Ahí va: el hermano. La viva estampa de él. Cara inolvidable. Y eso sí que es una<br />

coincidencia. Claro que cientos de veces piensas en una persona y no te la

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