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James Joyce

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comadrona ni los sermones que hubo de aguantar le salvaron de los arcontes de Sinn<br />

Fein ni de la copa de cicuta.<br />

-¿Pero Ann Hathaway? dijo la voz pausada de Mr. Best olvidadizamente. Sí,<br />

parece que nos hemos olvidado de ella como el propio Shakespeare la olvidó.<br />

Su mirada fue de la barba del cavilador al cráneo del criticón, para recordar, para<br />

regañarles no sin amabilidad, luego a la rosicalva cabeza del murmurador Lolardo,<br />

sin culpa aunque difamada.<br />

-Tenía sus buenos cuartos de ingenio, dijo Stephen, y una memoria nada ociosa.<br />

Llevaba un recuerdo en su burchaca cuando caminaba a pie a la urbe silbando La<br />

chica que me dejé atrás. Si el terremoto no le pusiera fecha deberíamos saber dónde<br />

situar a la pobre liebre, agazapada en su madriguera, el ladrido de lebreles, las<br />

bridas atachonadas y las ventanas azules de ella. Ese recuerdo, VenusyAdonis,<br />

reposaba en los aposentos de todas las ligeras de cascos de Londres. ¿Acaso es<br />

Katharine la fierecilla mal parecida? Hortensio la llama joven y bella. ¿Creen<br />

ustedes que el autor de Antonioy Cleopatra, peregrino apasionado, tenía los ojos en<br />

el cogote para escoger a la zorrilla más fea de Warwickshire y yacer con ella? Bien:<br />

la dejó y consiguió el mundo de los hombres. Pero sus mujereschicos son las<br />

mujeres de un chico. Sus vidas, pensamientos y habla son de hombres. ¿Eligió mal?<br />

El elegido fue él, me parece a mí. Si otros hacen su ley Ana se hace el juey. Carajo,<br />

ella tuvo la culpa. Ella se ofreció moça tiema, alegrona y de veintiséis años. La<br />

diosa ojigarza que se inclina sobre el mancebo Adonis, rebajándose para conquistar,<br />

como inicio del acto culminante, es una atrevida moza de Stratford que revuelca en<br />

un trigal a un amante más joven que ella.<br />

¿Y cuándo me toca a mí? ¿Cuándo? ¡Ya está bien!<br />

-En un centenal, dijo Mr. Best brillante, alegremente, levantando su librillo nuevo,<br />

alegre, brillantemente.<br />

Murmuró entonces con blondo deleite para todos:<br />

-En los campos de centeno<br />

yacen lindos labriegos.<br />

París: el complaciente complacido.

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