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como “emperador de México”, los liberales vuelven a triunfar. 165 Benito Juárez, al lograr el
triunfo, mandó fusilar al emperador Maximiliano. Al hacerlo, además de reafirmar el discurso
de la soberanía nacional manejó estos actos como “una defensa de la antigua nación indígena y
como una venganza contra la muerte de Motecuhzoma y Cuauhtémoc a manos de los
conquistadores europeos.” De hecho, Juárez se asumió como el heredero de Cuatimoctzin y
proclamó: “heredamos la nacionalidad aboriginal de los aztecas, y con pleno goce de ella, no
reconocemos ni soberanos, ni jueces, ni árbitros extraños.” 166
La visión nacionalista de esta época también utilizó la glorificación del pasado indígena
como antecesor de la nación e incorporó la utilización de símbolos y monumentos sobre el
pasado indígena, como por ejemplo, el monumento que se mandó a erigir en el Paseo de la
Reforma de la Ciudad de México, en honor de Cuauhtémoc. En la inauguración de este
monumento en 1887 se realzó la relación entre el pasado indígena –en particular el azteca—y la
nación moderna. Cuauhtémoc se convirtió “en el primer indígena al que se le otorgó la
condición de héroe nacional en la épica historiográfica y simbólica creada por el liberalismo.” 167
La intelectualidad mexicana del siglo XIX, retomaba “doctrinas filosóficas y modelos
políticos que muy poco tenían que ver con la realidad” de la excolonia. Aunque se resaltaba la
gloria de los héroes aztecas, tampoco se fundamentaba la nación en lo indígena. De hecho,
algunos intelectuales de la generación de la Reforma, como Ignacio Ramírez e Ignacio Manuel
Altamirano ven el pasado prehispánico “como una época gobernada por la barbarie y una suerte
de despotismo oriental” y ven la época de la colonia como “un período sumergido en el
oscurantismo religioso.” No ven el fundamento del país en el pasado prehispánico, sino en el
hito histórico que significa “el grito de Dolores” como llamado a la lucha por la independencia.
Así, con este llamado, Hidalgo se convierte en “el padre de la patria.” 168
Por todo lo que hemos comentado, no es difícil ver que la imagen del indígena vivo que
tienen los intelectuales mexicanos del siglo XIX es la de un “lastre” que los vincula a la pobreza
y el “atraso”. Por eso los indígenas debían “desaparecer” ya que todos serían “ciudadanos
165 De 1858 a 1867 hubo una época de dualismo pues a la vez que Juárez era nombrado presidente en
lugar de Comonfort, otro grupo de poder, que había desconocido a Comonfort, nombró a Zuloaga como
presidente y posteriormente mandó traer a Maximiliano de Habsburgo como emperador. Finalmente en
julio de 1857 Juárez reentró triunfante a la ciudad de México y reestableció la Constitución de 1857 y las
Leyes de Reforma. (SOBERANES, José Luis, Historia del derecho mexicano, op. cit., pp. 155-157)
166 FLORESCANO, Enrique, Etnia, Estado y Nación. Ensayo sobre las identidades colectivas en México,
op. cit., p. 382
167 FLORESCANO, Enrique, Etnia, Estado y Nación. Ensayo sobre las identidades colectivas en México,
op. cit., pp. 383-384
168 FLORESCANO, Enrique, Etnia, Estado y Nación. Ensayo sobre las identidades colectivas en México,
op. cit., pp. 384-385