Bajar documento - La nueva concepción de la historia

ópticos inherentes a la perennización de la especie; esta organicidad biológico-natural
presocial, se extiende funcionalmente en cada miembro, en coherencia con las necesidades en
las distintas épocas históricas que experimenta el plano gregario; en la fase en la que reina la
“propiedad individual” y de muy insipiente grado de desarrollo de la técnica, la corporeidad
de la fuerza encuentra justificación en sí misma y pasa a expresarse como costumbre, derecho
y presupuesto ideológico. Si bien es verdad, que todavía impera el conflicto jerárquico al
interior de la “relación de género” derivada de la supremacía en la percepción y en la práctica
de una “lógica de poder”, antes que de una “lógica de la diferencia”, las nociones sobre
“identidad de sexo” o “sexualidad”, no pueden ser símbolos justificatorios para el avance de
las nociones acerca de preferencias y práctica que tenga un sentido simplemente racional o
veleidosamente eleccionario. La subjetividad es necesariamente intersubjetividad o expresión
individual de la subjetividad colectiva; la individualidad es la “selección” y “ubicación” en
una posición dentro de las que existen en el mundo exterior, pero tanto la una como la otra
(individualidad y colectividad) constituyen la conciencia –veraz o no- de la realidad material;
y, es en ese nivel en el que la acción se vuelve sustantiva.
La “socialización de género”, que se inicia con el nacimiento, en la que las “diversas”
tipologías guardan relación directa con el sexo y con los estereotipos del grupo de referencia o
de la forma social preimplicada, tiende al propósito de estatuir en la conciencia la diferencia
(hecho que trae aparejada la institucionalización de la jerarquización y la dominación en los
conjuntos humanos clasistas), es decir, forjar la identidad o impedir la homologación social
entre seres femeninos y masculinos en acto de anulación de la diferencia natural, que
predefine algunos roles necesarios, para la reproducción biológica y grupal; es obvio, que en
su momento, esta realidad es la que da eficacia al sistema global de reproducción burguesa, y
de la cual se aprovecha el macho humano para someter y realizar sus fantasías zafándose de
culpa. La sobreposición de las diferencias sociales a la razón anterior define la masculinidad y
feminidad (categorías definidas socialmente): la identidad de género, en el trasfondo de la
familia monogámica y de la comunidad burguesa (si al macho humano, como al hipocampo le
tocara llevar a los críos en su vientre “no más”, se verían tantos cambios en la conducta).
Sin embargo, dicho sea de paso, la llamada “intuición femenina”, como
“conocimiento”, no se debe a naturaleza especial alguna atinente a su condición genérica, sino
al marco de vida en el que particular y coercitivamente ha sido recluida a desenvolverse, que
tiene que atender y que por razones socio-históricas, conoce mejor por sobre su naturaleza
sensible; además, no es que está en la naturaleza del macho la búsqueda del éxito y en la de la
hembra la seguridad; éstas, mas bien, son determinaciones sociales del medio (lo cual implica
que, como en la histeria, el medio social, el contenido del habla, puede cambiar las leyes
naturales regentes en ciertas conductas). Las “diferencias” intelectuales y comportamentales
entre hembra y macho humanos, por su parte, responden a razones histórico-sociales (por
sobre la división del trabajo, efecto de diferencias orgánicas), que a naturales, genéticas, de
disimilitudes entre cerebros (las características, que vienen a ser como estereotipos, son
producciones sociales” –estructura e historia).
La norma es: quién provee, manda (claramente se advierte en el hecho, la vigencia del
materialismo económico, el cual es rechazado y desconocido en su carácter de determinación
por la modalidad subjetivista de pensamiento); de esta ley se deriva todo tipo de asimetría,
dominación, sometimiento, dependencia, abuso, exclusión; como también esa es la base del
impacto ideológico y psicológico (”cultural”) presente en la cuestión, cuanto de la esfera
institucional (costumbre machista) y legal (mandato, refrendación de la deshumanización)
inherentes. Desgraciadamente, como la tendencia es la “profilaxis” sobre el mal localizado,
sin remitir el problema a su determinación fundamental, se asume causas fetichísticas que
evocan al machismo como problema de raíces “culturales” (conciencia y conducta), a ser
sometido mediante “reingeniería mental” y coerción legal y punitiva sobre el infractor, en este
caso: el macho machista, para lograr la liberación del dominio de género a la perjudicada.
Como todo buen proceso de curación, el problema debe ser concebido y tratado en dos
planos: sistema causal y sistema de efectos; en el hecho real, la historia ha procedido de modo
serio: como efecto del despliegue de las leyes económicas, del desarrollo de la producción
(fuerzas productivas y relaciones de producción), la mujer ha sido incorporada al mundo del
trabajo, ha pasado a ser su propia proveedora, se ha hecho con la libertad en ese plano, se ha
autonomizado y vuelto dueña, in abstracto, de su vida.
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