Bajar documento - La nueva concepción de la historia

como datos; amasijo del que la realidad siempre sale, gana en orden, en formas y niveles cada
vez superiores (esa es una tendencia, que opera con carácter general en los hechos; en la
formación de la conciencia, por ejemplo: el agnosticismo –imposibilidad del saber-, el
eclecticismo –ornitorrinco en la percepción-, el teologismo –el mito en la concepción-, son
formas de conciencia que quedan en la historia de la formación de las ideas, y a continuación
de las cuales flamea lozana la bandera del materialismo –el saber objetivo). En verdad, las
propiedades de las partículas subatómicas, atómicas y sobreatómicas captadas por la
conciencia se presentan como “información”, las cuales se entremezclan ofreciendo la
diversidad y complejidad de los hechos. El resultado del proceso, plenamente determinado: el
ser humano, que sigue un orden que parece deberse a un proceso de programación a priori,
teleológico, racional, divino, es el factor de evidencia, que crea la ilusión de que el ser
humano es información.
En una palabra: todo es materia y sólo materia. La famosa neoteoría (hipótesis) de las
Cuerdas Cósmicas ha empezado mal, tiene una falla de origen; no es necesario ser un genio
para percatarse y pronunciarse sobre aspectos nodales de tal estructura especulativa. Dicha
“teoría” se fundamenta en la noción “energía”, por lo menos sobre la nominación equívoca de
tal palabreja. La masa se mueve; ese movimiento, que siempre va de atrás para adelante, se
diría: del presente al futuro, dejando a las espaldas al presente y tornando presente al futuro,
es precisamente ese movimiento lineal (en el interior de la Tierra, por supuesto, dado que en
otro planeta el movimiento varía y, por tanto, lo hace también el llamado “tiempo”) el que
apercibe la mente con la noción “tiempo”; otra forma de movimiento de la masa es –y sólo tal
vez- la que se ha dado en denominar “energía”; el espacio, en sentido real: la espacialidad, es
la presencia blanda de la materia, que se comprehende a sí misma y contiene a la materia
compacta. De igual modo, en el ser humano, solamente en él se presentan determinadas
características evolutivas (que ciertos folclóricos a la manera de los cuánticos, creen ver en
otros animales: el cuervo, el chancho, el delfín, el mono, el perro, para relativizar el carácter
excepcional, “milagroso”, único, del ser humano), que se hacen visibles (fenotipo) puesto que
como instrucciones (genotipo) se hallan contenidas en el código genético de las células
germinativas; éstas son: lugares no ocupados en segmentos del ADN de las neuronas
intermedias, en los que no se encuentra ubicada la memoria genética, en espera de ser
ocupada por la memoria adquirida, social, la cual se registra a nivel subatómico; y, la
producción de las neuronas responsables de la asociación de datos: el neocórtex; luego,
solamente el ser humano será capaz de superar la esfera emocional, para alcanzar el nivel de
racionalidad a la manera “divina” (ya algún pueblo, partiendo de la emotividad, a un miembro
del grupo le sacan los ojo, para que no mire, los oídos para que no perciba los sonidos y afecta
a los otros sentidos, para que se insensibilice y se vuelva Dios). Además, el capitalismo, aquel
sistema que provee de las condiciones en las que se maximiza la praxis de la inteligencia,
dejará la escena histórica (o se eternizará en ella, como es el interés del capital) no porque a
alguien se le ocurra (como en Gramsci), sino sólo una vez que haya cumplido su misión y ya
nada tenga que hacer en la historia.
Ahora bien, ¿es –en verdad- el real sentido para el ser humano, para su presencia e
historia el “conocimiento completo”, esto es, el dejar de ser animal racional, tan sólo
conscientemente feliz? (¡Qué desperdicio para la mente, si éste fuese el único objetivo de la
vida racional!). Esta tendencia se encuentra inserta en la multifacética inherencia de las
propiedades de la materia (en la “información”); “porqué estoy aquí, cuál es mi propósito”; no
hay duda: la respuesta está dada; pero, ¿por qué ésta –la sabiduría suprema- es la cima, la
coronación de todo el vía crucis humano, como El Cristo que ascendió a los cielos? La
solución a la interrogante puede parecer tautológica y simple: con el ser humano (“aunque la
evolución no tiene objetivos”, el grado de evolución alcanzado por la naturaleza en él) la
materia tiene más que suficiente a fin de devenirse “para sí”, en la realización necesaria de su
propiedad suprema: la esfera del neocórtex, de lo contrario la vida, en ese nivel, habría
quedado trunca, reducida a un solo fiasco: utilizar el intelecto únicamente para reír. ¿Se
requiere –por tanto- ir más lejos? Evidentemente no para la naturaleza, pero: sí, para su
producto supremo. La teleología de orden idealista, empero, no es la solución materialista al
problema. En realidad, la cuestión debe verse como un proceso inscrito en el despliegue de la
inmanencia de la propiedad de la inteligencia que trasciende al propósito y función limitados
dados por el ser humano como efecto de la reclusión de la mente por las amarras de una época
humanista hedónica; no obstante, los indicios reales permiten asumir la “historia como
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