Bajar documento - La nueva concepción de la historia

estado de civilización alcanzado –automatización-, ha dejado atrás al trabajo humano como
principio material de autoproducción de la existencia); para que eclosionen nuevos procesos
guerrilleros es imprescindible que en el planeta los conflictos interimperialistas tomen
carácter de “guerra fría” y que la gestión estatal, sobre todo la neocolonial, experimente viraje
a forma dictatorial (el “guevarismo” y “´huelga general insurreccional´ están clausurados” 77 ).
Los pueblos cambian la historia; más bien: la completan, dan forma a ese cambio (renovación
provocada por procesos revolucionarios o partisanos) a través del desarrollo de actos
convulsivos, que normalmente se denomina alzamientos, rebeliones o guerras civiles. Esta
última es la realidad en curso, una vez que el proceso al que se maljuzga (las revoluciones del
siglo XX) destrozara al capitalismo (como el árbol al que se le ha talado en su base y que se
mantiene en pie, es cuestión de “tiempo” su desmoronamiento: que una ligera briza –la
subversión, la intelectualidad y la ciudadanía- lo derribe).
El capital no espera superar la crisis, es decir, autodestruirse; su maquinación es
descargar los costos de la reproducción sobre las espaldas del trabajo y la población planetaria
(subsunción formal global; internalización de deseconomías: los costos se trasladan a los
precios). El capital no sabe qué papel –a más del egoísta como “personalización”- juega en la
historia; tampoco la oposición lo conoce, por lo que se propone ora destruirlo, ora atemperar
la crisis que aquel derrama sobre el pueblo, para lo cual debe afectar los intereses del capital
financiero, de Goldman Sachs, de Bilderberg. Esta es la premisa rectora que define el
comportamiento actual de la razón revolucionaria. En efecto, el nuevo liderazgo políticorevolucionario
consiste en proveer de relieve a la forma espontánea de acción de las masas, la
que se halla muy bien apoyada en la dirección puesta por las luchas anteriores, en la
comunicación inalámbrica, en Internet, por las “redes sociales”, en el ciber espacio (la “nube”,
los “nativos digitales” 78 ) y subjetivamente fundamentada en la estructura de conciencia
socialdemócrata general del pueblo (se dice que, como el socialismo fracasó 79 y como el
capitalismo neoliberal es salvaje, debe haber una vía intermedia: “… intervención del Estado
contra las desigualdades sociales, manteniendo el reconocimiento del nuevo rol del
mercado” 80 , pues, el proceso necesariamente “… implicará un grado de continuidad con las
instituciones actualmente existentes de la democracia burguesa…”; en suma: “¿…
alternativas dentro del capitalismo en vez de alternativas al capitalismo?” –dixit
Buenaventura de Sousa), paradigma político que se encarna en la subjetividad colectiva, al
que han conducido tantos años de mensaje y educación de y por las doctrinas comunista y
socialista, y la sabiduría autodidacta, forjada al calor de la experiencia real dada por la
participación de los pueblos en el seno de los conflictos capitalistas 81 .
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“La ´democracia hasta el final´ es… la dictadura de la burguesía” (eso, esta vez: depende)
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Acción colectiva “sin liderazgo”, por lo cual el poder no puede descabezarlo (La Red: “templo del saber”, para
que el pueblo “tenga un centro en sus vidas”); rebasar el papel político de los mass media: silenciación y
tergiversación de la movilización popular y de los objetivos de la lucha, en su orden.
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Argumentos probatorios, aparentemente de sobra, han venido de la espuria actuación de quienes disfrazados
con el membrete de “socialistas” han llegado al gobierno de ciertos Estados y han hecho quedar mal al gremio:
Mitterrand, Gonzales, Bachelet, Zapatero.
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En la coyuntura transicional, todo se vuelve socialdemócrata (“radicalización de la democracia”); y las
posiciones radicales (exigencias desmedidas al actor y a las estructuras) de las extremas derechas e izquierdas se
quedan estupefactas en los burladeros de la historia. La izquierda sana debe voluntariamente integrarse a esta
“bola de nieve” si no quiere ser rechazada por los acontecimientos, los cuales obligan a comportarse de ese modo
o morir (principalizar una táctica: “cogestión” comunista del gobierno burgués; puede pasar a ser ya “cabeza de
ratón y no cola de león”); en estricto sentido, la “guerra de desgaste” es pertinente: no porque lo proponga algún
sector revisionista de modo oportunista, sino porque es posible socavar “desde el interior el régimen burgués”
(sic), una vez que la acción proletaria y el desarrollo instrumental material del sistema habilitan sobre todo esa
opción (la resistencia del poder pondrá en el tapete de la discusión otras formas de lucha, para lo que la
neovanguardia debe mantenerse alerta).
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Los pueblos no pueden percibir más allá del momento mientras se mantenga la “institución” de la “división
del trabajo”, pues, se hallan en la cotidianidad: haciendo mover la rueda de la historia día a día; son los
individuos, los intelectuales (aquellos que sobresalen en el bosque y que –por tanto- abarcan con la mirada el
todo –en realidad, este es un fenómeno de salto intermedio o que implica de consuno tanto a la superestructura
como a la cognición –Hans-Jurgen Krahl) los que ocupan ese lugar, quienes atalayan. Tampoco estos últimos
pueden imaginar algo que no puede ser representado: algo que no tiene substrato para la representación; en
verdad, deben basarse en las tendencias; el mérito está, luego, en identificar esas propensiones, interpretarlas
correctamente y suponer el escenario, que su trama perfila a futuro. Esta intelectualidad (contestataria) tiene su
institucionalidad: los aparatos de producción y socialización del pensamiento; del mismo modo como el Estado
es un aparato de la superestructura, que vincula su actuación fundamentalmente a la esfera económica, la
Universidad es un aparato de la superestructura, cuya función se ubica en la dimensión de las formas de
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