Bajar documento - La nueva concepción de la historia

potencia, en tanto demiurgo de la inteligencia, la conciencia y la razón); la vida, la historia,
registra tres frentes de trabajo: 1) el productivo material cumplido para disponer de los bienes
y servicios conducentes a sostener la corporeidad de la inteligencia (naturalmente, a esta
esfera se halla adosado el trabajo artístico), 2) la praxis política de modo de conferir equidad
en el desempeño de la vida sensorial y, luego: racional, en verdad: existencia cada vez más
racional y 3) la labor científica, a través de la cual la vida se enlista en la esfera superior
propia de organismos biológicos dotados de “substancia gris”. Estas, dicho sea de paso, las
contribuciones y realización de la inteligencia (conciencia) dadas al grupo e interiormente
producida, en su orden, por parte de seres que pueden presumir de haberse cuajado.
Según la concepción que prima hoy de la naturaleza humana, la ilusión del individuo es
lograr sus fines coyunturales; a la humanidad posmoderna que desconoce totalmente hacia
dónde conducen las tendencias económico-sociales, científico-técnicas e ideológica-políticas,
le resulta naturalmente cómodo sostener, que el éxito de la vida se cumple en las variables que
componen el estándar de calidad; pero cuando hay nuevas fuerzas naturales que dominar,
estas se expresan siempre en renovadas y singulares conductas. Han existido pioneros muy
prematuros en ese sentido: Aristóteles, Newton, Lenin,... Sin embargo, la pena por el arte,
probablemente conseguirá que no se realice su decadencia, esto es, contribuirá a alargar la
persistencia de su infuncionalidad, de su índole de dique puesto en el flujo de la nueva
historia. Contrariando a los señores estudiosos y críticos de la música (musicólogos), se dice
que Beethoven es el “último clásico y el primer romántico”; empero, esa caracterización es
falsa, pues, Beethoven, mas bien es el primer y, quizás: único compositor racionalista (en
realidad, Beethoven no es romántico –aunque la forma de su arte musical, así lo haga
aparecer-, sino neto neoracionalista); en efecto, Beethoven es un ser muy especial, que existió
incrustado fuera de su tiempo; los predecesores suyos son “clásicos”, mientras que los
sucesores inmediatos: “románticos”. Schubert es el clásico romántico, por excelencia.
Beethoven es el iniciador de la “música protesta”, política, en la era de la Ilustración (la
sinfonía El Emperador, creada inicialmente en honor de Napoleón), de la música filosófica (la
Novena Sinfonía). Ludwig van: es, en verdad, filósofo y político del arte musical, aunque de
vez en cuando vuelva a caer en el atavismo romántico: la Pastoral, Para Elisa, Claro de Luna,
Apasionata. Pero sus obras son portentosas como ninguna otra: los dos últimos movimientos
de la Quinta Sinfonía, el Concierto para violín y orquesta en Re mayor: Opus 61, la
monumental Obertura Egmont de Fidelio con la Filarmónica de Berlín a cargo de H. von
Carajan, la Sonata Aurora, la Sinfonía total, de “todos los tiempos”, patrimonio de la
humanidad: la Coral (“gran relato” en el discurso de la estética musical, que será más
apreciado por las generaciones que vienen). Sobre la sinfonía que da inicio a la racionalidad
de Ludwig van: la Quinta, pese a que muchas veces se escuchó, se la tarareó en la temprana
juventud, sobre todo el tercer movimiento en instantes en que se lavaba ropa con jabón y agua
sobre la piedra en el tanque de cemento, no se tuvo conciencia plena de su belleza racional,
sino hasta cuando en enero del 2009 fuera interpretada en el teatro Sucre por la Orquesta
Sinfónica de Quito y transmitida por el Canal del Estado; conciencia de ese arte serio,
producido por el lado izquierdo del cerebro, lejos de la bajeza de Eros; repleto de múltiples,
complejos y difíciles acordes, dispuestos con sentido racional.
Dicho sea de modo incidental, cada época tiene su propia forma de arte, dígase:
musical, de la que surge, a la que se corresponde y a la cual sirve. En efecto, no es posible
descubrir un Mozart y sus sinfonías en el seno de la llamada posmodernidad, esto es, no
puede haber ni sentimientos ni personajes ni patrones musicales propios y únicos de la fase
histórica servil-señorial, a un costado del marco del Medioevo. El sistema liberal moderno ha
producido temas ágiles, cortos, llenos de efusividad y brío, siempre atentos al dinamismo
desprendido de los dictados de la carrera económica y tecnológica inserta en la esfera
mercantil, de los negocios, de la acumulación, del cambio de productos que inmediatamente
entran en la permanente índole de obsolescencia, en la fugacidad vigente de las formas
artifíciales de la moda en costura, en las prendas de vestir; todos estos aspectos, en suma, se
hallan rígidos por la supuesta característica en boga de la llamada “compresión del tiempo y
del espacio”, de la rapidez de los cambios que se dice ocurren entre el final y el inicio de
salvadora de los problemas del mundo, mediatizada por la acción racionalizadora o subversiva de la población
que se ve perurgida por sobrevivir; la formación de gobiernos neodesarrollistas y de “economía solidaria”
desconectada, tienen el mérito de propiciar el empalme entre la gran producción automatizada y las formas
solidarias de sobrevivencia (en todo caso: eso hay que propender hacer).
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