Bajar documento - La nueva concepción de la historia

magnífico guerrero-, por la resistencia bravía de los Apaches (guardar luto eterno –en la
memoria-, por cada uno de ellos).
Insistir: reconstruir en la mente los episodios de la grandiosa epopeya perpetrada por
las huestes quiteñas, al mando de las cuales estuvieron el gran Atahualpa, Lluminabi,
Quisquis, Calicuchima,..., en la conquista del Cuzco, del Tahuantinsuyo, de la formación del
Reino de Quito; portento que se engrandece cuando se valora el tipo de organización, que
tenía la colectividad inmersa en pleno proceso de expansión territorial inca. Concluir la
jornada con un recital emocionado, pletórico de temperamento, del poemario de Cesar
Vallejo, el otro "amauta": ¡grande!, cavilando en el nacionalismo de Velasco Alvarado y del
gran General Hoyos Rubio. Después de haberlo practicado, disfrutar de la contienda:
revivirla, celebrar el gol en ese deporte “cooperativo” nacido en el mundo “desarrollado”
anglosajón, que tan bien ha prendido en las masas pobres del planeta: el fútbol. Admirar a las
gacelas de la cancha: los espigados jugadores cameruneses; reprisar las fantasías del “Rey
Pelé”, la frugal elegancia de Tostao, ¡ah!: el jogo filigrana de Rivelino; la excelencia del
"pelusa", el gran Diego, Pibe –argentino- de Oro: él, sólo él; de Alberto Spencer y del
recordado bacán Delgado de Nacional del Ecuador (del flaco Fabián Pazmiño, de Italo
Estupiñán; del gran “Toño” Valencia: el guepardo americano, orgullo de la raza ecuatoriana),
el equipo de sus amores de la “fuerza de camello” y de la masiva población humilde de
paisanos. En coherencia con este patrón de inclinaciones sentimentales alternantes: tararear la
letra de un exquisito Bolero clásico, de Altemar Dutra: “Que quieres tú de mí, si todo está
perdido amor...”.
“¡Ave María!” (dixit Paco Velasco, Radio La Luna): regodearse frente a la pantalla;
ver rodar una comedia cinematográfica –Por mis pistolas- del auténtico astro del celuloide: un
valor distinguido del pueblo, el siempre recordado e inmortal señor Mario Moreno
"Cantinflas" -“Yo soy mejicano... palabra de macho que no hay tierra más linda y bravía,
que la tierra mía…”- (también de la muy afamada India María, de El Chavo, de Leopoldo
Fernández: la cotidianidad ingenua de la vida del pueblo llevada a la pantalla). Asistir
también, sin ceguera sectaria, a disfrutar de ese portento de obra del séptimo arte, del arte
millonario rentista burgués, naturalmente: prescindiendo de las partes primera y final en la
que aparece el militarismo sionista asesino, MASADA y de la campaña del gran general
romano: Cornelio Flavio Silva. Admirar con detenimiento, sin la desolación psicológica del
desempleo o del apuro del horario (productividad, calidad, excelencia, cero defectos, normas
ISO: romper estos paradigmas mañosos), del mercado, del cambio de cheque, de la ganancia,
de la afectación del estrés, la bella "flor de páramo": la Chuquiragua, asido el oído del canto
lírico del Chirote; percibir el perfume de ensueño que derrama la fina Madreselva (“…que
abrió su floración por la mañana…”), la flor subtropical (deleite perfumado, que acerca otro
a la conciencia: la belleza embriagadora de la serenata Rimpianto de Toselli); advertir
pausadamente, con viva impresión, el mosaico de aquella adaptación tropical, tierna, tímida e
ingenua de la vida natural: la Orquídea; posar para la Anémona, para la Medusa, protegido:
con la mirada perdida en el horizonte.
Prodigar gozo al otro, sin necesidad de recibir la bendición o de la sentencia del Juez
sobre una alfombra de hortensias pálidamente azuladas en su estado natural; acampar
plácidamente en las riveras del Río Verde muy cerca de la mama Tungurahua a la entrada de
la Amazonía ecuatoriana, junto a sus glaucas y cristalinas aguas: perlas virtuales y esquivas.
Habitar en una casa de cemento y hierro, con paredes lisas, rectas, sin arabesco
antropomórfico, barroco, alguno, en plena selva tropical, contrariando la coherencia de la
moderna construcción de Occidente con el paisaje 1835 ; todas las paredes transparentes, de
vidrio, y lluchitico: poder mirar de dentro por los cuatro costados, la vegetación: exuberante
ramosidad verde, animales exóticos, al medio día, con un sol intenso y cielo totalmente
despejado, tórrida temperatura, luego: la torrencial lluvia. No obstante también yacer:
acampar, en los contrafuertes de la cordillera del “país de la canela”; entre montañas: otra vez
el río; en el ocaso, con la mano en la barbilla apoyado en el tronco de un Chugchuguazo,
admirar dicha vida megadiversa serena, en el poniente, en la base de la montaña, en el valle:
una ligera oscuridad enigmática; al oído: las notas de Moctezuma, música que penetra la
1835
Bueno: la armonía entre construcción viviendística y entorno, es relativa. Se dice que las casa de tapial,
tejas, pequeñas ventanas de marcos de madera, entonan con el entorno natural; a la persona que escribe estas
líneas, le parece, que mejor entonaría un elemento extraño al paisaje natural con éste; luego, aquí, quizá sin
que intervenga el factor ideológico de clase, podría decirse, que la percepción depende del gusto.
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