Bajar documento - La nueva concepción de la historia

destino del mundo se jugaba en lo que venía a ser la contradicción principal del momento: el
capital geopolíticamente comprehendido y el socialismo bastardo. Sin embargo de que en
1961 habían transcurrido ya 5 años del XX Congreso del PCUS, o sea, de aquel conciliábulo
del revisionismo soviético, que sentara las bases jurídico-políticas para restablecer el modo de
producción burgués, la ya mascarada de socialismo: la nomenklatura (Jruschov), de modo
apresurado intervino en Berlín, dividiéndola, rompiendo la unidad burguesa en esa ciudad con
la construcción del Muro. La decisión era acertada; constituía el acto de defensa de lo que
quedaba de socialismo, de enfrentamiento al sistema capitalista, para no facilitarle las cosas;
pese a que en sentido histórico dicho objetivo se ponía en contrapunto con la misión de la
inteligencia. Con la “implosión” del sistema soviético, las pasiones reprimidas procapitalistas
de la RDA se descargaron en contra del “símbolo esclavizante del comunismo”: el Muro de
Berlín, en 1989.
El pueblo alemán, de la alta tecnología y de la guerra, no había rebasado ciertos límites
de comprensión ideológica de la carrera humana, y se dejó llevar por los cantos de sirena de la
libertad, la democracia y el bienestar, en medio de la operación del conflictivo entramado de
la psicología social burguesa: razón/emoción. El frente federal alemán, con la alcahuetería del
Plan Marshall y la apertura comercial alcanzó altos niveles de crecimiento económico y
promoción social, gracias a la política keynesiana redistributiva, la cual atemperó la
brusquedad de la dinamia mercantil. En la RDA, la realidad era diferente; el discurso de la
libertad, de la democracia y el ideal instrumental del progreso, eran términos hueros,
desgraciadamente cuando las condiciones materiales e históricas de legitimidad (la
racionalidad) aún no se habían instalado como base material firme de ese parecer. Las
maravillas inherentes a un estrato privilegiado de clase presente en el Estado burgués, en el
común de las personas se representó como accesible y propio; este status se debía alcanzar, es
obvio, viviendo en el sistema, que aparentemente lo provee: occidente, el capitalismo. Puede
parecer chusco el argumento: es como el mal, que despide perfume y belleza, que envuelven y
atrapan, y una vez en sus brazos: se abre la desilusión, la cruda realidad y la irreversible
comprensión de la decepción; esa conducta se ve en los “balseros” cubanos.
Los alemanes y el mundo, se quejan ahora (al conmemorarse, en noviembre del 2009,
el vigésimo aniversario de la Caída del Muro de Berlín); estos fariseos culpan al
“comunismo” su tragedia (y nada dicen –en cambio- sobre la construcción del Muro de
Palestina); no obstante, hay que recordarles, que ellos: sus padres, empezaron todo: por
razones imperialistas iniciaron la Segunda Guerra Mundial, rompieron el Pacto de Varsovia
de no agresión entre la ex URSS y Alemania: Riventrov-Molotov, invadieron
traicioneramente Polonia y obligaron a la entonces Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas, a entrar en la Segunda Guerra Mundial. En 1940, la ex URSS contaba, nada más,
que con José Stalin como su líder; con Stalin: ¡no se jugaba! Stalin, el Ejército Rojo y el gran
Pueblo Soviético, le dieron su merecido a los belicosos alemanes, y: ¡bien hecho! (qué pena el
tener que referirse en tales términos sobre aquellos sucesos; pues, “palabras sacan palabras”).
Se recuerda, que a Stalin no le interesaba participar en guerra interimperialista alguna por un
nuevo reparto del mundo, puesto que la Unión Socialista de la libertad real, contaba con
recursos de sobra para organizar su desarrollo autocentrado, endógeno como planteaba la
determinación histórica en aquel momento; de manera que él centró su atención en
implementar el proyecto de edificación del “socialismo en un solo país”.
Los episodios asociados con la “heroica hazaña” fueron síntomas, mas que del triunfo
capitalista y de sus ardides, del retraso ideológico del “culto” pueblo alemán, de los límites
que la reacción pequeñoburguesa había impuesto sobre el socialismo y de la implacable
marcha de la historia asentada sobre la necesidad de que las fuerzas productivas preparen a la
inteligencia para marchar sobre rutas de mayor trascendencia. En el episodio mundialmente
expectante de la “Caída del Muro de Berlín”, el propagandismo mercantil aprovechó la
circunstancia: la libertad estaba triunfando; allí se expresó sin cicatería alguna el histrionismo
de jóvenes, viejos, niños: caía el Estado de Obreros y Campesinos; se iniciaba la superación
de la crisis. Pero con mucha pena hoy se constata cómo luego vendría el desencanto: la
vergüenza de no haber sido capaces de entender el mensaje científico dado en la racionalidad
lógica brillante expuesta por un propio coterráneo suyo: Carlos Marx, el cual con maestría
años antes había expuesto las bajezas e inmundicias de un sistema que la cerrazón ahora ponía
como la máxima aspiración humana. Esa es una mancha, que acompañará siempre a la culta
Alemania, y que llena de oprobio la conducta de ese pueblo frente a mentes despiertas de todo
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