Bajar documento - La nueva concepción de la historia

ecuerda- el Cóndor andino llegara a adquirir conciencia de su “esencia”, la cual le proveería
de ubicación y sentido en el mundo: como especie carroñera que debe intervenir forjando las
condiciones de equilibrio natural, podría negarse a cumplir su destino por encima de su
sujetación a la misma y –con esa actitud- hacer fracasar la obra de la naturaleza, puesto que
juzgaría indigno tener que alimentarse con carne descompuesta; no obstante, su rol es
impactante para el resto: eh ahí el sentido de su vida, en el cual incluso encuentra satisfacción,
goce, felicidad, realización. Si el propósito de la vida –en el ser humano, por supuesto- se
circunscribe a alcanzar una profesión, formar un hogar y crear las bases para que los hijos se
hagan con el éxito, es decir, la repitencia por ellos, de lo hecho por sus padres, la urgencia
–dicho sea de paso- es no dañar la naturaleza, propender a la igualdad, propiciar las
condiciones para que el ser humano se desarrolle multifacéticamente en libertad, etc.; bueno:
está bien; pero si el objetivo de la conciencia es alcanzar el dominio espiritual y material del
todo, la cosa cambia, y lo hace en la medida en que la aspiración de dominarlo todo no es
vista como una pretensión tan sólo de las futuras generaciones, sino como un deseo actual,
frente al cual todas los desafíos de coyuntura se relativizan. La naturaleza puede existir sin el
ser humano; no obstante, el proceso evolutivo de la materia: ¡no!, puesto que el fin último
de su ciego devenir, es dejar esta ceguera e inaugurar la fase consciente. Se ve cómo el
proceso material todo va hacia la conciencia; para conseguir ese efecto superlativo,
grandioso, no hay otro medio, que no sea el recurrir al ser humano (la “teoría del caos”, la
de la “indeterminación”, la Física Cuántica, finalmente son reducidas a polvo por la acción de
la razón total, incluso a la manera de la realización del sentido de la prédica religiosa acerca
de la presencia de ese Ser poderoso, que movería al Universo).
La materia sigue su desarrollo a través de la idea; la idea, no obstante, es tan sólo el
movimiento superior de la misma materia. El ser humano, una vez llegado a un determinado
nivel de progreso intelectual y técnico, procede a guiar a su Madre (la Materia), también sobre
los hechos determinados, puesto que incluso sobre ellos, de todos modos opera la
indeterminación. ¿Con que objeto? Con el fin de autodotarse de garantía en la existencia y
para que la realidad opere con economía, al no desperdiciar recursos y “tiempo” en realizar
varios intentos antes de encontrar el “correcto” (como en Darwin: Evolución de las especies
por selección natural), mostrándole la alternativa adecuada. Con la presencia de la conciencia
y con el dominio cada vez más grande sobre las fuerzas naturales, el ser humano fija el rumbo
del movimiento natural y pasa a comandar el proceso hacia el fin prefijado (inscrito en las
determinaciones del movimiento material), el cual consiste en conseguir el triunfo del
movimiento intelectual dado en la representación de la realidad en su totalidad. La presencia
activa de la conciencia sobre las grandes dimensiones del Universo garantiza que el actual
movimiento de la materia no quede trunco, o sea, que acontecimientos aleatorios frustren la
actual perspectiva abierta por la operación del Universo. Sin esta intervención ni Dios puede
llegar a ser, puesto que el ser humano está en camino de concretar la idea de Dios, o Dios no
podría llegar a ser conocido por la ciencia. ¿Qué queda? ¿Implorar la misericordia de Dios o
apurar el desarrollo científico-técnico, de modo de hallarse preparado para controlar, someter,
torear o usar las fuerzas naturales?
En una palabra: el movimiento de expansión del Universo (de la Materia que ha
adoptado esta forma) pone las condiciones para la apertura de la conciencia; mientras que la
renuncia de la conciencia a ser (concluye la fase “tercera naturaleza” de la humanidad: fusión
de la inteligencia natural con la inteligencia artificial, sinergia, que es el “instrumento”
–conforme al sentido hegeliano- del tamaño del Universo), coincide (debe) con el
advenimiento de la segunda fase: la implosión (una vez que la conciencia ha hecho todo, que
la propiedad más singular del Universo: la inteligencia, se ha realizado plenamente
produciendo la representación teórica de la Materia, no tienen sentido más su presencia,
puesto que el objetivo ha sido alcanzado y las potencias de su propiedad: plasmadas). El ser
humano conocedor de todo, puede incluso incidir sobre los plazos y operación de las fases de
expansión/contracción del movimiento pulsátil, de “acordeón” del Universo (de los
movimientos de “sístoles y diástoles” del shungo real universal -incluso el sol, ese potente
reactor nuclear, se comporta de ese modo-; movimientos eternos del contenido-materia y de la
forma-universo); pero, ¿lo hará?
En el caso concreto de Marx, justipreciar en su entera magnitud el talento teóricopráctico
de este ser humano colosal, sobre cuyos hombros se han “construido” las anotaciones
contenidas en el presente documento, predetermina la asunción de una actitud de radical
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