Bajar documento - La nueva concepción de la historia

O sea, la lucha entre el deseo de entender el mundo (prurito enmarcado en la necesidad
de dominar el entorno para efectos de poder tener éxito en la sobrevivencia y en la
multiplicación genérica); el que éste –el mundo- se expone como pura exterioridad, que vela
su esencia; el movimiento constante de la realidad, que vuelve obsoleto el juicio científico,
teniendo siempre que pensar en avanzar, puesto que el camino no termina nunca, pero que hay
que seguir (un pensador ecuatoriano –René Báez G.-, a este fenómeno lo signa con la
expresión: “fuga hacia delante”). Esa es la determinación de la inteligencia, por ahora
sometida tan sólo a las proezas de seres individuales expuestos mundialmente a la “explosión
de los deseos”, pero que pronto será el resultado de la conexión de todas las mentes de la
humanidad con apoyo en interface (cuerpo calloso intercerebral) de y con la inteligencia
artificial. La fatalidad del ser humano, es que está preñado de la propiedad producto del
desarrollo máximo de la materia: la inteligencia; es ella la que determina su ser, su razón, su
lugar en el mundo, sus preocupaciones, su camino, su meta final. ¿A qué conduce, por
consiguiente, el imperio de dicha ley?
Mire Ud.: el ser humano inteligente, formador de familias, conquistador de continentes
enteros, forjador de riquezas, constructor de ciudades, creador de íconos, productor de arte
(también de ciencia y tecnología), desatador de guerras (opresor, pobre): ¿en esto consiste la
vida, últimamente cualificada de modo racional con la aspiración de superar problemas de
diferenciación social y de distribución de la felicidad de forma igualitaria? Esa, en realidad,
es una meta pigmea para la humanidad (como enano es el ejercicio del ser bueno religioso con
el fin de alcanzar el cielo). El ser humano debe llegar a ser Dios. El éxito de la humanidad (su
graduación), es ese y no otro. Esa es su realización o, caso contrario: su fracaso. Todo lo que
ha hecho la especie sería vano, vergonzoso, de quedar trunco ese objetivo; la vida racional
habría sido un fiasco. La persona que le habla, cada vez más toma conciencia y se
autoconvence sobre esta historia como destino para la humanidad. Podría decirse, que se trata
de una exagerada e irresponsable exigencia, puesto que, por razones histórico-estructurales se
saca el bulto, en la medida en la que se trata de una pesada carga que se insinúa para las
futuras generaciones: el llegar al “cero defectos”, a la calidad total, a la excelencia, a la
perfección, a la beatificación.
No queda duda que Ud. es ateo. ¿Es posible arrancar de su persona algunos argumentos,
que sostengan dicha conducta?
Si: así es. Se es ateo; ahora bien, ésta no es una posición conductual de apostasía,
puesto que jamás, ni de niño, se tomó en serio o se avizoró inclinación alguna hacia la
aceptación o práctica religiosa. Se es ateo: incluso por simple capricho, por salir del montón
(en la perspectiva de la enseñanza de José Ingenieros: en sentido esnobista, o sea, que quiere
diferenciarse); por oponerse a los embusteros y a los fanáticos religiosos e idealistas; pero,
sobre todo, se lo es, en virtud de hallarse, la conciencia personal, bajo el influjo de fundadas
razones objetivas, que sostienen tal convicción, tal cosmovisión. La más fuerte de ellas, y la
que tiene sello intelectivo personal, es la relativa a haberse entendido los factores que deben
estar en la base de las construcciones nebulosas de alma, cielo, Dios, que aprietan el cerebro
de los vivos, del siguiente modo.
Las clásicas explicaciones en torno de la emergencia de las ideas fidelístas de todo
género, a saber: antropológicas, religiosas o psicológicas (e, incluso: materialistas), poca
relación objetiva guardan con la veracidad de los hechos, que investigan y que han tratado de
elucidar. Sin desmeritarlas del todo y rescatando, sensata, generosamente, la fracción de
verdad, que tales constructos encierran, se sostiene personalmente, que la explicación sobre
todo acerca de la emergencia en la cabeza de las ideas sobre la existencia de mundos
inmateriales, seres incorpóreas y sobre un poder providencial insustancial, en suma: las
nociones sobre trascendentalidad, inmortalidad, etc., se derivan de la incomprensión temprana
por parte de los primeros seres humanos modernos, de los fenómenos de la mente (captación
del mundo –natural y grupal- y de uno mismo -autoconciencia) en constitución como
conciencia.
Desarrollando la tesis: se trata del efecto de ese nebuloso mundo de especulaciones,
que emergieron en la actividad temprana de la mente (los niños creen en fantasmas). El sueño,
el recuerdo y la imaginación (y las alucinaciones), constituyen la base “ontogenética” de la
invención de las ideas de cielo, alma, Dios, vida después de la muerte (ritualidad religiosa
para ponerse en contacto con el espíritu de los muertos o directamente con los Dioses),
eternidad, etc. Es la impresión, que en la mente de los primeros homo sapiens produjeran las
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