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it-eso-stephen-king

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de Richie flameara como una vela en un huracán.Se encogió contra el banco, muy abiertos los ojos,el pelo erizado, envuelto en una ola de hedor acarroña.El gigante empezó a reír. Apoyó las manos en elmango del hacha, como un jugador de béisbol lohabría hecho con su bate y la arrancó del agujeroque había hecho en la acera. El hacha empezó aelevarse en el aire con un susurro grave, mortal. Depronto, Richie comprendió que el gigante teníaintenciones de partirlo por la m<strong>it</strong>ad.Pero sintió que no podía moverse; le invadíauna especie de apatía. ¿Qué importaba? Se habíaadormecido; aquello era un sueño. En cualquiermomento, algún automovilista haría sonar labocina y él despertaría.—Eso es –había tronado el gigante–:¡Despertarás en el "infierno"!Y en el último instante, cuando el hacha llegabaa lo más alto y quedaba allí, suspendida, Richiecomprendió que no se trataba de un sueño. Entodo caso, era un sueño que podía matar.Tratando de gr<strong>it</strong>ar, pero sin poder em<strong>it</strong>irsonido alguno, rodó desde el banco a la grava querodeaba la estatua, aunque ahora sólo quedaba deella una base con dos enormes tornillos de acero,allí donde habían estado los pies. El sonido delhacha colmó el mundo con su insistente susurro.La sonrisa del gigante se había convertido en una1008

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