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señaló, aullando de risa, mientras Beverly loayudaba a levantarse.Una ventana se abrió encima de ellos.—¡Marchaos de aquí, chicos! –chilló unamujer–. ¡Hay gente que trabaja de noche,recuerden! ¡Esfumaos!Sin pensar, los tres se cogieron de la mano, conBeverly en el medio, y corrieron hacia CenterStreet. Todavía iban riendo.6.Unieron sus recursos y descubrieron que teníancuarenta centavos; lo suficiente para dos batidos.Como el señor Keene era un ogro y no quería quelos chicos menores de doce años se quedaran en elmostrador de refrescos (aseguraba que los juegosmecánicos de la trastienda podían corromperlos),se llevaron los batidos en dos vasos de cartónencerado hasta el parque Bassey y se sentaron en lahierba para beberlos. Ben tenía uno de café y Eddiehabía pedido frambuesa. Beverly se sentó entre losdos con una paj<strong>it</strong>a para probar de los dos, comouna abeja en las flores. Se sentía otra vez bien, porprimera vez desde que el desagüe había vom<strong>it</strong>adosu borbotón de sangre la noche anterior. Deshechay emotivamente exhausta, pero bien, en paz703

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