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it-eso-stephen-king

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azules. Había un plato de past<strong>it</strong>as y pequeñostrozos de tarta. Además de los dulces, una tetera depeltre despedía un suave vapor de agradablefragancia. Bev, divertida, pensó que sólo faltabauna cosa: los diminutos sandwiches descortezados:qu<strong>eso</strong> crema y ace<strong>it</strong>unas, berros y ensalada dehuevo. Siéntese, señor<strong>it</strong>a, y yo serviré.—No soy señor<strong>it</strong>a –corrigió Beverly, levantandola mano izquierda para mostrar el anillo.La señora Kersh sonrió.—A todas las chicas jóvenes y bon<strong>it</strong>as les digoseñor<strong>it</strong>a –aclaró–. Es costumbre. No se ofenda.—No, en absoluto. –Pero Beverly, por algúnmotivo, experimentaba un deje de intranquilidad.En la sonrisa de la anciana, algo le había parecidoun poco... ¿desagradable? ¿Falso? ¿Alerta? Quéridículo.—Me encanta el modo en que ha arreglado lacasa.—¿Sí? –dijo la anciana sirviendo el té.La infusión parecía oscura, lodosa. A Beverlyno le apetecía mucho beberla... y de pronto se dijoque no quería estar allí."Bajo el timbre, decía Marsh", le susurró sumente, de súb<strong>it</strong>o, y tuvo miedo.La señora Kersh le pasó el té.—Gracias –dijo Beverly. Aunque pareciera lodo,su aroma era maravilloso. Lo probó. Sabía bien.980

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