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it-eso-stephen-king

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—Cierto.Henry se hundió lentamente de rodillas, nocaía: se doblaba. Aún seguía mirando a Ben con susojos negros, incrédulos.—Aggg...—Muy cierto –aseguró Ben.Henry cayó de costado, siempre aferrado a sustestículos, y comenzó a rodar lentamente de lado alado.—¡Aggg...! –gimió–. Mis pelotas. ¡Oh! Me hasdestrozado las pelotas. ¡Mierda! –Comenzaba arecobrar un poco las fuerzas y Ben retrocedió. Leasqueaba lo que había hecho, pero también lellenaba con una especie de justiciera fascinación–.¡Oh...! Mierda, mis pelotas... ¡Ag, ag!Ben podría haber permanecido allí, hasta queHenry se recobrara lo suficiente como paraperseguirlo. Pero en ese instante un guijarro legolpeó por encima de la oreja derecha y le provocóun dolor tan intenso y penetrante que, mientras nosintió el calor de la sangre al brotar, creyó habersido picado por una avispa.Giró en redondo. Los otros dos veníancorriendo por el medio del arroyuelo, hacia ellos.Cada uno llevaba un puñado de guijarros. Victorarrojó uno y Ben lo sintió silbar junto al oído.Agachó la cabeza y otro le golpeó en la rodilladerecha haciéndole chillar de dolor. Un tercero le344

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