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it-eso-stephen-king

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Eddie le parecía bien (él y Myra tenían todos losdiscos de Barry Manilow), pero él prefería hacerseun buen electrocardiograma todos los años. Sí,claro: el corazón de Tony habría renunciado a esemal empleo. ¿Y Phil? Mala suerte en las carreteras,quizá. Eddie, que también se ganaba la vidaconduciendo (antes, al menos; últimamente sóloconducía para los famosos y pasaba el resto de susdías conduciendo un escr<strong>it</strong>orio) conocía bien lamala suerte que acecha en las rutas. El viejo Philpodía haber caído por un barranco, en NuevaHampshire o en los bosques de Tainesville, al nortede Maine, a causa del hielo en la carretera, o porhaberle fallado los frenos bajo la lluvia. Eso, ocualquiera de las cosas que se decían en lascanciones country sobre camioneros. Conducirescr<strong>it</strong>orios podía ser un trabajo sol<strong>it</strong>ario, peroEddie, que había estado tras el volante más de unavez, con el inhalador en el tablero, reflejadofantasmagóricamente en el parabrisas (y un botede píldoras en la guantera) sabía que la verdaderasoledad era un borrón rojizo: el color de las lucestraseras del coche que iba delante, reflejadas en elpavimento mojado por una lluvia torrencial.—Oh, Dios, cómo pasa el tiempo –dijo EddieKaspbrak en un susurro. Ni siquiera se dio cuentade que había hablado en voz alta.Sintiéndose enternecido y triste al mismotiempo (estado más común en él de lo que habríapodido creer), rodeó el edificio. Sus costosos952

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