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en los Carneros de Hemingford. Por primera yprobablemente por última vez, había llevado a suequipo al primer puesto de la liga nacional deinst<strong>it</strong>utos, en 1961. Ante el joven parecía abrirse unfuturo casi sin lím<strong>it</strong>es. Pero había abandonado launiversidad en el primer semestre, víctima de labebida, las drogas y las fiestas interminables.Volvió a su casa, destrozó el descapotable amarilloque sus padres le habían regalado por sugraduación y consiguió trabajo como jefe devendedores en el negocio de su padre, que erarepresentante de John Deere. Pasaron cinco años.El padre no se decidía a despedirlo, de modo queacabó por vender el negocio y se retiró a Arizona,perseguido y envejecido antes de tiempo por lainexplicable (y al parecer irreversible)degeneración de su hijo. Mientras el negocio era desu padre y podía fingir, siquiera, que trabajaba,Arnold hizo algún esfuerzo por moderarse con labebida. Después se abandonó por completo. Aveces se ponía peligroso, pero la noche en queapareció con las monedas e inv<strong>it</strong>ó a todos lospresentes, estaba más dulce que un caramelo. Todoel mundo le dio las gracias. Annie pasaba lascanciones de Moe Bandy porque a Greskam Arnoldle gustaba el viejo Moe Bandy. Sentado en la barra(en el mismo taburete que ocupaba el señorHanscom en <strong>eso</strong>s momentos, notó Ricky Lee concreciente intranquilidad), bebió tres o cuatrowhiskys con bíter, cantando al compás de los136

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