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it-eso-stephen-king

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escuchaba música por la radio sin saber que, amenos de doscientos metros, había un niño que, enunos segundos, podía morir.El hedor. El abrumador hedor se acercaba y lorodeaba por completo.Tropezó contra un banco del parque. Su asientoasomaba a cuatro o cinco centímetros desde elpasto, verde sobre verde, casi invisible en laoscuridad. El borde se clavó contra la espinilla deeddie, causando un estallido de vidrioso dolor.Cayó al pasto.Al mirar atrás vio que el monstruo se acercaba,centelleantes sus ojos, con las escamas chorreandolodo del color de las algas; las agallas subían ybajaban en el cuello abultado, abriendo y cerrandolas mejillas.—¡Aggg! –graznó Eddie. Al parecer, no podíadecir otra cosa–. ¡Aggg! ¡Aggg! ¡Aggg!Ahora se arrastraba, hundiendo los dedos en elcésped, con la lengua fuera.Un segundo antes de que las manos callosas delmonstruo, apestando a pescado, se cerraranalrededor de su cuello, tuvo una idea consoladora:"Esto es un sueño; no puede ser de otra manera.No hay ningún monstruo, no hay ninguna LagunaNegra. Y aunque la hubiera, <strong>eso</strong> era en Sudaméricao en los pantanos de Florida, algo así. Esto es sóloun sueño. Voy a despertar en mi cama, o tal vezentre la hojarasca bajo el estrado de la orquesta,448

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