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it-eso-stephen-king

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Apretó los puños. Por un momento pensé queiba a darme una torta. Pero volvió a abrir lasmanos."Sigue hablando, gordo –dijo con suavidad–.Eres un bocazas pero el día en que corras más queyo, renuncio a este puesto y vuelvo a la recogida demaíz." Y se fue.—¿Y adelgazaste? –preguntó Richie.—Al final, sí –respondió Ben–. Pero elentrenador se equivocaba. La cosa no empezaba enmi cabeza, sino con mi madre. Esa noche volví acasa y le dije que quería adelgazar. Terminamosdiscutiendo y llorando, los dos. Ella sacó a relucirla historia de siempre: que yo no era gordo sino dehu<strong>eso</strong>s grandes, y que los chicos grandes que van aser hombres grandes tienen que comer mucho paramantenerse. Creo que, para ella, era una especie deseguridad. La asustaba tener que criar sola a unvarón. No tenía educación ni oficio en especial,salvo su voluntad de trabajar. Si podía servirme unsegundo plato y mirar al otro lado de la mesa yverme robusto, sólido...—Sentía que estaba ganando la batalla –sugirióMike.—Exacto. –Ben bebió el resto de su cerveza y selimpió un bigot<strong>it</strong>o de espuma con el dorso de lamano–. Así que la peor de las guerras no la tuvecon mi cabeza sino con mi madre. Ella no loaceptaba; tardó meses en convencerse. No me847

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