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le palp<strong>it</strong>aba en dolorosa sincronización con elr<strong>it</strong>mo cardíaco.—Eddieee –gemía la brisa entre los árboles–,¿no quieres verme, Eddieee? –Sintió que unosfláccidos dedos de cadáver le acariciaban el cuello.Giró en redondo, levantando las manos. Se leenredaron los pies y cayó, pero comprobó quehabían sido sólo las hojas de sauce movidas por labrisa.Se levantó. Quería correr, pero cuando lointentó otra carga de dinam<strong>it</strong>a estalló en suhombro. Tuvo que detenerse. Sabía que a esaaltura debería estar superando el susto, y se calificóde tonto por aterrorizarse ante un reflejo o porquedarse dormido y tener una pesadilla. Pero noera así. El corazón ya le latía tan deprisa que no eraposible distinguir un latido de otro; tuvo la certezade que pronto le estallaría de miedo. No podíacorrer, pero cuando salió de entre los saucesalcanzó un paso de trote renqueante.Fijó la vista en la farola que había en el portónprincipal del parque. Se encaminó hacia allí, algomás rápido, pensando: "Llegaré hasta la luz, ypasará el susto, llegaré hasta la luz, y pasará elsusto. Luz plena, no más pena, noche buena..."Algo lo seguía.Eddie lo sintió avanzar pesadamente por elbosquecillo de sauces. Si volvía la cabeza lo vería.Lo estaba alcanzando. Ya oía sus pasos, una446

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