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poniendo una servilleta de papel en el mostradormientras Ben se sentaba.Ricky Lee parecía algo sorprendido. Hastaentonces, nunca había visto a Hanscom en LaRueda un día de semana. Acudía regularmentetodos los viernes por la noche y tomaba doscervezas. Los sábados por la noche tomaba cuatroo cinco. Siempre preguntaba por los tres hijosvarones de Ricky Lee. Siempre dejaba una propinade cinco dólares bajo la jarra de cerveza Tanto en laconversación profesional como en el apreciopersonal, era holgadamente el cliente favor<strong>it</strong>o deRicky Lee. Los diez dólares semanales (y loscincuenta que dejaba bajo la jarra en cadaNavidad, desde hacía cinco años) eran más quesuficientes, pero mucho más valía la compañía deese hombre. Una compañía digna siempre era unarareza, pero en un antro de mala muerte como ése,donde lo más común es la cháchara barata,escaseaba más que los dientes en mandíbula degallina.Aunque Hanscom tenía sus raíces en NuevaInglaterra y había hecho sus estudios en California,poseía algo más que un toque de tejanoextravagante. Ricky Lee esperaba siempre lallegada de ben Hanscom los viernes y sábados porla noche, porque con el correr de los años habíaaprendido que podía contar con su presencia allí.El señor Hanscom podía estar construyendo unrascacielos en Nueva York (donde ya tenía tres122

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