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it-eso-stephen-king

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La piel podrida de la frente se desgarró,descubriendo el hu<strong>eso</strong> blanco, cubierto de unasustancia mucosa, como los lentes empañados deun reflector. Belch había desaparecido; ahoraestaba allí lo que había aparecido bajo el porche del29 de Neibolt Street.—Bobby cobra sólo diez –croó, mientrasempezaba a trepar por el alambrado, dejandotrozos de carne en los rombos de los hiloscruzados. La cerca tintineaba bajo su p<strong>eso</strong>. Allídonde tocaba la enredadera, el verde se volvíanegro–. Te lo hace donde estés. Cinco más por otravez.Eddie trató de gr<strong>it</strong>ar, pero no em<strong>it</strong>ió sino unchirrido seco, sin sentido. Sus pulmones parecíanla ocarina más vieja del mundo. Bajó la mirada a lapelota que tenía en la mano y, de pronto, el objetoempezó a exudar sangre por entre los cordeles. Lasgotas cayeron a la grava y le salpicaron losmocasines.La arrojó y dio dos pasos atrás, tambaleándose,con los ojos dilatados, frotándose las manos en lapechera de la camisa. El leproso había llegado a loalto de la cerca. Su cabeza se balanceaba recortadacontra el cielo: una silueta de pesadilla, como lasmáscaras de la noche de Brujas. Sacó la lengua: unmetro de lengua que descendió por la cerca comouna serpiente.Estaba allí... y al segundo siguiente había962

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