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it-eso-stephen-king

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Allí venía otra vez Al Marsh, portero y custodio,hombre canoso, vestido con uniforme caqui degrandes bolsillos, con un llavero sujeto al cinturón,el pelo arrebatado por el viento. Pero él no estabaen sus ojos. No estaba allí ese él esencial que lehabía lavado la espalda o golpeado en el estómagoporque ella le preocupaba, le preocupaba "mucho";ese él que una vez, teniendo ella siete años, habíatratado de trenzarle el pelo y acabó riendo con ellapor el desastroso resultado; ese él que sabía hacerbatido de huevos con canela los domingos, mássabrosos que cuanto vendían en la heladería. Elpadre, figura masculina de su vida. En sus ojos nohabía en ese momento nada de <strong>eso</strong>. Sólo un vacíoasesino. Sólo "Eso".Beverly corrió. Huía de "Eso".El señor Pasquale alzó la vista, sorprendido,dejando de regar su escuálido césped y de escucharel partido de los Red Sox transm<strong>it</strong>ido por sutransistor desde el porche. Los chicos Zinnermanse apartaron del viejo Hudson Hornet que habíancomprado por veinticinco dólares y que lavabancasi todos los días. Uno de ellos sostenía lamanguera; el otro, un balde de agua espumosa.Ambos estaban boquiabiertos. La señora Dentonmiró desde su ventana del primer piso, con unvestid<strong>it</strong>o y el resto de la ropa para coser en elregazo, la boca llena de alfileres. El pequeño LarsTheramenius apartó rápidamente su camionc<strong>it</strong>o dela acera y se refugió en el césped moribundo de1572

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