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sus ojos había una especie de luz intrigada, como sino pudiera asociar ese edificio con ese hombre... ocon el niño gordo y serio que les había enseñado elmodo de inundar la m<strong>it</strong>ad de Los Barrens contablas viejas y una herrumbrosa portezuela deautomóvil.Richie era disc–jockey en California. Les dijoque lo conocían con el apodo de El hombre de lasmil voces, y Bill gruñó.—Por Dios, Richie, tus voces eran siempreespantosas.—Los halagos no le servirán de nada –replicóRichie, altanero.Cuando Beverly le preguntó si usaba lentillas,Richie dijo, en voz baja:—Acércate más, nena, y mírame a los ojos.Beverly lo hizo y lanzó una exclamación dedele<strong>it</strong>e, mientras Richie inclinaba un poco lacabeza para que ella pudiera ver los bordesinferiores de las lentes blandas Hydromist.—¿La biblioteca sigue igual? –preguntó Ben aMike Hanlon.Mike sacó su billetera y extrajo una instantáneade la biblioteca tomada desde arriba. Lo hizo con elaire orgulloso de quien muestra fotos de sus hijosal preguntársele por su familia.—La tomó un tipo desde un avión pequeño –dijo, mientras la fotografía pasaba de mano en836

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