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it-eso-stephen-king

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no se mezclaban con los ruiseñores o las alondras.A cada uno lo suyo, era su lema. Cuando vio a MikeHanlon, que se acercaba pedaleando entre losotros, como si estuviese en su s<strong>it</strong>io, su r<strong>eso</strong>lucióncreció, junto con la furia y el horror. Pensó como siEddie estuviese allí y pudiera escucharla: "No mehabías dicho que uno de tus amigos era "negro"."Bueno, pensó veinte minutos después, al entraren la hab<strong>it</strong>ación del hosp<strong>it</strong>al donde yacía su hijocon el brazo metido en un y<strong>eso</strong> enorme atado alpecho (se le encogía el corazón con solo mirarlo),los había echado de allí bien pronto. Y ninguno deellos, excepto el chico de Denbrough, el de latartamudez, había tenido el valor de contestarle. Lachica, fuera quien fuese, le había clavado unamirada brillante, con <strong>eso</strong>s ojos de jade,decididamente callejeros (seguro que vivía en laparte baja de Main Street o en algún lugar todavíapeor), pero había tenido la prudencia de no abrir laboca. Si se hubiese atrevido siquiera a decir "ay",Sonia le habría dicho qué clase de chicas juegancon los varones. Y no quería que su hijo tuviesenada que ver con ese tipo de chicas.Los otros se habían lim<strong>it</strong>ado a mirarse loszapatos. Era lo que cabía esperar. Cuando ellaterminó de hablar, todos subieron a las bicicletas yse marcharon. El chico Denbrough llevaba al talTozier en el cestillo de una bicicleta enorme, deaspecto peligroso. La señora Kaspbrak seestremeció preguntándose cuántas veces habría1369

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