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esas ciudades que la gente de Maine solía llamar"las grandes del norte". A Eddie le gustaba, sobretodo, contemplar los vagones que pasabancargados de coches; relucientes Ford y Chevrolet."Algún día tendré un coche como ésos –seprometía–. Como ésos o todavía mejor. ¡Hasta unCadillac!"Había, en total, seis vías, que entraban en laestación como telarañas tendidas hacia el centro:Bangor y las grandes líneas del norte por un lado,las del sur y Maine del oeste, las de Boston y Mainedesde el sur y las de la costa, procedentes del este.Un día, dos años antes, mientras Eddiecontemplaba el paso de un tren por las vías de lacosta, un ferroviario borracho le había arrojadouna caja desde un tren que pasaba a pocavelocidad. Eddie lo esquivó y la caja aterrizó a tresmetros de distancia. Estaba llena de cosas, de cosasvivas que repiqueteaban y se movían.—¡Ultima vuelta, chico! –gr<strong>it</strong>ó el ferroviarioborracho. Sacó un botellín del bolsillo trasero ybebió.Después lo estrelló contra el suelo y gr<strong>it</strong>ó–:¡Llévale <strong>eso</strong> a tu mamá! ¡Cortesía de esta mald<strong>it</strong>aLínea de la Costa que nos deja en la calle!Mientras decía esas palabras, se tambaleó, yaque el tren iba cobrando velocidad. Por unmomento, Eddie pensó que iba a caerse.Cuando el tren desapareció, Eddie se acercó a524

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