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it-eso-stephen-king

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—¡En el baño! –gr<strong>it</strong>ó, histérica–. ¡El baño,papá, en el baño...!—¿Alguien estaba espiándote, Beverly?La mano del padre salió disparada parasujetarla por el brazo, con fuerza. En su cara habíapreocupación, pero una preocupación codiciosa,algo más atemorizante que consolador.—No... el lavabo... en el lavabo... el... la –rompió en sollozos. El corazón le latía con tantafuerza que temió ahogarse.Al Marsh la apartó a un lado con una expresiónque decía: "Oh, Dios, y ahora qué", y entró en elbaño. Estuvo allí tanto tiempo que Beverly volvió aasustarse. Por fin bramó:—¡Beverly! ¡Ven aquí!No era cuestión de d<strong>eso</strong>bedecer. Si los doshubieran estado de pie al borde de un acantilado yél hubiera ordenado dar un paso hacia el frente, suobediencia instintiva la habría hecho franquear elborde antes de que su mente racional pudieraintervenir.La puerta del baño estaba abierta. Allí estaba supadre: un hombre grande que ya estaba perdiendoel pelo castaño rojizo, heredado por Beverly. Nobebía, no fumaba, no iba con mujeres. "En casatengo todas las mujeres que me hacen falta", decía,a veces, y en esas ocasiones esbozaba una sonrisapeculiar, cargada de secretos; en vez de iluminarle681

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